Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




viernes, 27 de mayo de 2011

(XLVI) Regreso al pasado (II)

Regreso al pasado (II)

Cuando te fuiste, cincuenta y dos minutos después, uno de los sujetos comenzó a presentar unas convulsiones tan elevadas que llegó a dañarse su propia espina dorsal. Fue impresionante. La fiebre subió a más de cuarenta grados y la sudoración era asombrosamente cuantiosa. La mirada perdida, tiñéndose de una especie de película blanca, como si de cataratas se tratase. Espuma por la boca, alaridos de agonía… horroroso, amigos… horroroso.  Al cabo de pocos minutos más, la persona a la que le fue administrada la primera vacuna, fallecía. Habíamos hecho lo que pudimos. Ahora nuestra esperanza estaba puesta en vosotros… pero al parecer el Pentágono ya tenía información de todo esto… Pero no voy a adelantar acontecimientos.
Cuatro horas después del fallecimiento, entramos en la sala. A pesar de varias contraposiciones, acordamos que se le practicara una autopsia. Según Norman y Neil, debíamos conocer el estado de los órganos.
Y… bueno, podéis imaginaros… No dio tiempo ni a preparar nada. Norman entró a la habitación para sacar otra muestra de sangre a nuestra única paciente… Dios mío… pobre Norman. Claro, todos estábamos con nuestro trabajo. Demasiadas preocupaciones rondaban por nuestras cabezas. Pues más se intensificaron.
Con la espalda dando al cadáver, éste, aun sin enterarnos, se abalanzó contra sus hombros y mordió su cuello, desgarrando por completo los tendones mientras se dejaban ver largos torrentes de sangre escapar de su rutinario recorrido… yo mismo sentí nauseas de tal carnicería. El susto y la agonía de nuestro querido Avril nos provocaron una inyección masiva de adrenalina.
El individuo no se separaba de él a pesar de los balanceos que daba el médico. Corrimos todos para prestar ayuda. Alex Oxford tiró fuertemente por los hombros a… bueno, lo que quisiera ser esa cosa; pero desgraciadamente se giró y se lanzó contra él. No pudimos hacer nada... Llevados por el pánico, algunos de nuestros colegas salieron fuera del laboratorio huyendo despavoridamente. Aunque increíble, no disponíamos de ningún armamento con el que defendernos. Sólo cualquier objeto que pudiera hacer su función. Esa cosa, sin piedad, salió de la sala buscándonos. Os lo juro por mis hijos, nunca vi nada igual. Esa mirada, esa sed de ingesta insaciable, esos jadeos… Joder, esos jadeos… el arrastrar de los andares, la indiferencia… Pero no podía ser, había muerto. Estaba muerto. Ni siquiera era un coma, era una muerte total. Pero andaba. El terror se apoderaba de nuestras almas y el instinto de supervivencia se activó. Al ver la amenaza, más compañeros corrieron fuera del laboratorio. Mientras, tras la ventana, observábamos atónitos cómo se incorporaba el recientemente fallecido cuerpo de Norman. Pálido, con los globos oculares totalmente blancos. Hombros caídos, manos marcadas por las venas… el ‘nuevo inquilino’ intentaba ponerse en pie mientras no nos perdía de vista con su penetrante mirada. Yo gritaba su nombre desesperadamente, pero no respondía a nada. Era exactamente igual que su predecesor. Mas su ‘vuelta a la vida’ fue mucho más rápida. Lo cual demuestra que no todos tienen el mismo tiempo de desarrollo.
Jessica Simons, a nuestro lado, corrió llevada por el pánico junto con otra compañera fuera del laboratorio, pero no del edificio, sino hacia el pasillo.
La criatura salió tras ellas a un ritmo lento, pero incansable. Por el retumbo de la puerta, oímos que entró en el habitáculo de los generadores de emergencia. Pero su compañera no corrió la misma suerte. Los gritos de auxilio y amargura acompañaron al sonido producido por el desgarro y la masca. Nombraba repetidamente mi nombre y el de Jessica… No olvidaré eso nunca, James, nunca podré hacerlo.
Por otro lado, teníamos ahí al cuerpo de Norman, saliendo de la sala y caminando hacia nosotros. Quedábamos Paula y yo. Intenté por todos los medios razonar con él, pero era imposible. Es como si no me oyera, pero está claro que pueden oír. Sólo quería devorarme. Cuanto más cerca estaba, más ansioso se mostraba. Alzaba los brazos para intentar cogerme…
Agarré entonces el microscopio y lo lancé contra su cara. Pero sólo le hizo retroceder un paso. No son débiles y tienen nuestra misma fuerza. Pedí ayuda a Paula para coger una mesa y arremeter contra él. Conseguimos tirarlo al suelo, pero no nos dio demasiado tiempo.
El ‘muerto’ que acabó con la compañera de Jessica apareció con restos de carne sobre sus dientes, chorreantes de sangre. Toda su boca estaba totalmente impregnada.
Corrimos hacia la salida e intentamos buscar ayuda. Suena estúpido, pero los nervios no nos dejaban actuar con serenidad. Nos escondimos donde pudimos para evadirlos, al menos por unos instantes. Nuestros ojos observaban asombrados e impotentes cómo los tres cuerpos que habían muerto totalmente (mi buen amigo Norman por una mortal herida, sin duda) caminaban perdidos hacia ningún sitio por las inmediaciones de Nome.

jueves, 26 de mayo de 2011

(XLV) Regreso al pasado (I)

Regreso al pasado (I)

……….


Todo comenzó durante aquella noche… mientras tú dormías, James. ¿Recuerdas? Te dije que fueras a la cama. Bueno… no fui del todo sincero contigo. Verás, sospechábamos que ocurría algo, pero no era buena idea cundir el pánico, de modo que estudiaríamos primero el caso y después evaluaríamos la situación. Pero se nos fue de las manos… Se supone que todo esto es Secreto de Estado, pero a la mierda. Qué importa ya.
Mientras estabas en la habitación, uno de los sujetos comenzó a tener unas décimas de fiebre. No podíamos permitirnos perder a ninguno. Era nuestra misión. Le administramos una vacuna contra la fiebre. Aunque sólo aumentó unas décimas, no quisimos correr riesgo. Acto seguido, extrajimos muestras de su sangre, tanto del primero como del segundo y las analizamos. Y... ¡voilá! En el interior de su organismo había un virus rarísimo, que nunca llegamos a ver. El mismo que había en la muestra de aire que cogimos del exterior. Solo que en el exterior estaba desnaturalizado. Dedujimos que las condiciones de frío hicieron que no pudiera desarrollarse. Quizá, durante los escasos instantes de vida, por decirlo de algún modo, tuvo tiempo de contagiar a algunos sujetos… Minutos más tarde, el segundo sujeto comenzó a también a tener fiebre. Hicimos lo mismo: le administramos una vacuna.
La sorpresa llegó cuando examinamos por segunda vez las muestras.
-Caballeros – se mostró preocupado Balance mientras observaba por el microscopio – creo que les interesará echar un vistazo.
-¿Alguna novedad? – pregunté.
-Leonard, ¿recuerdas que retiramos sangre de los dos cuerpos, uno de ellos con una vacuna contra la fiebre?
-Sí, sí, Norman y Neil se encargaron – afirmé.
-Pues eche un vistazo. Y ustedes también, por favor.
Y la noticia no podía ser peor. Con la ayuda de un monitor dividido en dos partes, se observaban las muestras. Una normal, tal y como la vimos. La otra más oscura, reseca y con presencia de algunos filamentos de moho.
-Amplía eso, Balance – señaló Neil a una zona de la pantalla.
Se podían apreciar células en estado de apoptosis. Glóbulos rojos deshidratados y los blancos con las membranas totalmente reventadas por un exceso de osmosis. Era sobrecogedor.
Dirigimos todas nuestras miradas a las dos personas que trajimos de fuera.
-Entonces – intentó ordenarse las ideas Jordan – estas personas han venido contagiadas por un virus que estaba presente en el exterior… Pero que debido a las condiciones climáticas se ha desnaturalizado y apenas ha dado tiempo a hacer nada… ¿cierto?
-Eso es lo que creemos de momento, Julius – respondió Neil – No estaría de más volver a salir para tomar muestras.
-Yo me ofrezco – añadí.
-Voy contigo – dijo Balance.
-De acuerdo. Mientras, el resto, les sugiero que continúen atentos a cualquier cambio. Volveremos enseguida.
Y estuvimos como diez minutos fuera. De noche y no con excesiva ropa… no era buena idea estar mucho tiempo. El traje protector no era muy aislante de la temperatura.
No obstante, Neil nos llamó con impaciencia. Se trataba de las dos personas que recuperamos. Su estado febril era muy elevado y la primera comenzó a tener una serie de convulsiones poco alentadoras.
-Caballeros – reclamó nuestra atención nuestro médico Norman – tenemos problemas. Algo ha provocado que el virus reaccione. Y creo que ha sido la vacuna contra la fiebre…
-¿Cómo? – preguntamos.
-Quiero decir, saben que a una de las muestras no le fue administrada una vacuna. Bien, pues el virus del que hablamos está como en un estado ‘adormilado’. Mientras que en la otra muestra, ha pasado de estar así a ser totalmente depredador. ‘Mata’ todo lo que encuentra a su paso…
-¿Quiere decir que la reacción ha provocado que despierte?
-No estoy seguro, Fastword… Pero si esto es una guerra bacteriológica, podemos esperar todo.
-Debemos informar cuanto antes – propuso David Carson.
-Está bien – intenté poner calma – se hará. Nos dividiremos en varios grupos. Los biólogos continuarán examinando las muestras. Los médicos atenderán a nuestros convalecientes. El resto, redacten los informes cuanto antes. Démonos prisa.
Estuvimos gran parte de la noche guardando toda la información en los ordenadores: fotografías, tomas, muestras, formularios, estudios… era una carrera contrarreloj. Y todo para… nada. ¡Maldita sea! Si no hubiéramos puesto vacuna alguna ahora…
El caso es que una ventisca de nieve se situó sobre nosotros y nos dejó incomunicados. Nuestra antena de comunicación de seguridad había resultado dañada y nos vimos ‘a oscuras’. Pero los caprichos del destino quisieron que mi querido mecánico apareciera en una avioneta de exploración para zonas radiactivas. De poco serviría, pero su precaución fue buena.
La historia desde ese punto ya la sabes, chico. Todo lo peor ocurrió minutos después de que te marcharas…

miércoles, 25 de mayo de 2011

(XLIV) Viejos conocidos y nuevas noticias (III)

Viejos conocidos y nuevas noticias (III)

Nos miramos y con un gesto, nos situamos frente a la puerta. Dimos una serie de golpes aislados.
-James, ¿eres tú? – se oía tras ella.
-¡Profesor! – alcé levemente la voz - ¡somos nosotros!
Se oyeron varios chasquidos por dentro y choques entre maderos manejados con notable nerviosismo y rapidez. La nieve que descansaba sobre los marcos cayó al abrirse poco a poco, dejando una pequeña neblina. Detrás estaba erguido, sonriente, emocionado y con su peculiar bata, mi profesor de física. Nos quedamos paralizados durante unos instantes. Mirándonos, sin saber qué decir. Sólo… sólo esperando a que dijéramos algo. Yo tampoco pude contener las lágrimas y me lancé a él como si de mi propio padre se tratara. Tenía toda la carne de gallina, de tal forma que sentía que iba a despegarse de mí. La emoción me invadía. Recordé en ese momento a mi familia y me hizo abrazarle con aun más fuerza. Las lágrimas, como puños, dejaban marca de su paso sobre mis mejillas mientras Carl contemplaba la escena desde fuera.
Detrás del profesor estaba Paula. Tan preciosa como siempre. Sonriendo, casi llorando sin apenas poder contener la emoción. Se mordió levemente el labio inferior y echó a correr. Leonard me soltó dándome un par de golpes en los hombros mientras aprovechaba para estrecharle la mano a Carl y Joe.
Paula me golpeó fuertemente sobre el pecho mientras se sumía en un mar de lágrimas. No paraba de preguntar por qué había tardado tanto. Mas aún así no cesaba. Tras un instante acabó abrazada, con su cabeza sobre mi hombro, sin decir nada. Silenciosa y calmada.
Fastword cerró la puerta de nuevo. Echó uno de los cerrojos que había y volvió a colocar el improvisado listón de madera como refuerzo.
-Cielo santo, Carl, ¿qué te ha pasado? – le cogió el brazo.
-Nada, señor Fastword, un pequeño contratiempo.
-No tiene buena pinta, ven, echémosle un vistazo.
Estábamos en un lugar acogedor. No hacía frío, el fuego era un gran aliado en aquel momento. A pesar de que se trataba de una simple habitación de cuatro paredes con un par de literas, nos era más que suficiente para darnos un respiro. Y hasta ese momento no caí en que tanto el profesor como Paula estaban horribles: sus ropas desgastadas y ensangrentadas; totalmente sucios y con varios rasguños sobre la piel. En cierto modo… como nosotros.
-¿Y estos arañazos? – le cogí de los brazos con fuerza.
-No te preocupes, son de roces con árboles y caídas. No es de ninguna de esas cosas – sonrió.
-Y tú… - me miró más tranquila - ¿qué tal?
-Vivo, al menos – suspiré – Han sido unos días horribles. No había visto nada igual…
-Esas cosas son un peligro, pero no más que una simple persona – interrumpió mi profesor por el fondo.
-¿Qué quiere decir?
-Para mi eterno arrepentimiento acabé con la vida de varios compañeros cuando estaban contagiados… y mueren como nosotros.
-Usted siga bebiendo whisky y acabará diciendo que los pingüinos vuelan – le cortó Carl.
-¿Cómo? – preguntó.
-Con todos mis respetos – se incorporó con un leve quejido – si me cuenta esto no sabe ni la mitad de lo que ocurre ahí fuera.
-Hijo, sé que esas criaturas poseen una enfermedad que les convierte en depredadores insaciables.
-Espero que le den un Nobel por su reflexión – caminaba – pero creo que podemos añadir algo más. Esas bestias sólo mueren si se les daña la cabeza…
-Durante nuestra huída arremetí con unos disparos en el pecho… No hace más de un día tuve que dar muerte al guardabosques…
-Permítame interrumpirle, profesor – me dirigí hacia él – pero hace unos minutos su guardabosques intentó devorarme. Si no hubiera sido por el frío de este bendito lugar estaría ahora llamando a la puerta, y no precisamente para desearle buenos días.
-Vaya… eso respondería muchas preguntas… Dios mío… ¿sabéis algo de los alrededores? Del mundo, me refiero.
-Lo lamento, pero no. Leí su nota…
Y empezamos a relatar todo lo que ocurrió desde el día en que abandonamos el laboratorio con la avioneta de Joe hasta que aparecimos frente a la puerta de la cabaña. Paula sacó algo de comida enlatada que había en una estantería y allí pasamos los cinco una relativamente relajada velada; sin huir, sin correr… sin temer por nuestra vida.
Lo que los tres ansiábamos por conocer era su versión de la historia. Lo que ocurrió en un principio en el laboratorio…

(XLIII) Viejos conocidos y nuevas noticias (II)

Viejos conocidos y nuevas noticias (II)

Había varios en el suelo. Aparentemente… ¿muertos? En fin, qué más da. Nos dirigimos a la única cabaña que parecía haber sido atacada reciente y únicamente. La más grande del conjunto. Su apariencia no daba buena espina pues los tablones tenían signos de haber sido arañados y golpeados de una forma muy contundente. Tras los maderos, restos de vidrio de una de las ventanas yacían como prueba y recuerdo de violencia. Además, los vestigios de manos chorreantes de sangre sobre la puerta nos mostraban un ejemplo más de que habían intentado entrar ahí dentro. Mientras que el resto de cabañas no representaba nada igual, todo parecía indicar que ahí dentro había (o hubo) alguien.

Nos acercamos para investigar mejor el lugar. Yo, con la pistola cargada, rodeé la casa mientras Carl investigaría la puerta de entrada que había intentado ser derribada con anterioridad.
Estábamos situados en medio de un pequeño claro. En la parte trasera de la casa pude comprobar un letrero identificativo que decía así: “Guardabosques Nacional de los EEUU de América. Estado de Alaska.” Más abajo decía: “Antiguo campamento ‘Advanced Scouts Junior’, Alaska”.
Continuando mi ruta, llegué casi a caerme al suelo. Tropecé con un pequeño bulto del suelo que hizo que casi perdiera el equilibrio. Tapado completamente por la nieve, lo desenterré levemente con la punta del pie. Parecía salir algo de ropa. Me agaché y con las manos retiré raudo la ya gruesa capa que cubría. Se trataba de un brazo. Y en perfecto estado. La temperatura sin duda hizo las labores de frigorífico forense manteniendo casi intacto el cuerpo.
Con cautela, busqué a ojo dónde podría situarse la cabeza y, con la ayuda de la pistola, retiré nieve. Se trataba de un varón de unos 20 años. Muerto completamente. Con la boca abierta y la mirada perdida. Daba escalofríos. Nunca pensé que llegaría a ver un cadáver frente a mí y no dar un salto atrás.
Busqué indicios que me pudieran dar pistas de quién podría ser esa persona. “¡La chaqueta!”, pensé. Con la ayuda de mis congeladas manos, descubrí el ropaje que llevaba el muchacho. Verde, con distintivos forestales y un pin de Greenpeace a la altura del pecho. Parecía ser el guarda forestal del lugar… y en qué mala situación había acabado. Pude encontrar una cartera con su identificación. Howard Landrew, nacido en California, EEUU.
No encontré nada que me pudiera servir. Era una persona fallecida, pero debíamos tener sangre fría. No iban a utilizarlo y todo cuanto nos pudiera servir era bienvenido.
Terminé de retirar completamente la nieve hasta dejar al descubierto el cuerpo entero. Encontré tres orificios de bala en el abdomen… pero ninguno en la cabeza, donde creíamos que esas cosas podrían morir… ¿Y si se suicidó? Un poco estúpido hacerlo de esa forma… Pudo morir antes de todo aquello… ¿asesinato? Joder, menudo cacao mental…
Intenté incorporarme, pero caí el suelo de repente. Algo me sujetó y del esfuerzo por subirme, me escurrí. ¡Joder! Tenía tan dormida la mano izquierda por el frío que no me percaté que había sido rodeada y agarrada por la del guardabosques. Tiré fuertemente dando puñetazos contra du pecho, pero no servía de nada. Cada vez me ponía más nervioso y tiraba más fuerte. Esa cosa seguía sin moverse. ¿Cómo coño no me di cuenta?
Con la ayuda de la otra mano, intenté forzar la suya para abrirla. Poco a poco lo iba consiguiendo. Al final caí en la cuenta de que si tiraba mucho podría acabar hiriéndome, favoreciendo la posible transmisión de lo que fuera que tuvieran ellos dentro.
Me intenté tranquilizar. Incluso me hablaba a mí mismo. “Tío, está muerto, no se mueve, te habrás enganchado sin querer…”, pensaba continuamente en voz alta.
El cabrón giró con dificultad su cabeza dirigiéndome la mirada. Su estado de congelación impedía que pudiera moverse con normalidad. El bendito frío de Alaska, que maldije desde que llegué, me salvó la vida sin ninguna duda. Notaba cómo intentaba abrir la mandíbula e incorporarse, pero no lo lograba. Tenía uno justo en frente totalmente paralizado. Inmóvil. Podía incluso estudiarlo si quisiera. Pero, aunque parezca que no, seguía más que acojonado. Con cautela, continué abriendo su mano hasta que me soltó por completo. El miedo pasó a convertirse en rabia, que se descargó con una patada sobre su cabeza. Sonó un crujido que llegó a erizarme el pelo de los brazos. No sé si le jodí en algo, pero lo único que movía en aquel momento era la cabeza. Si lo dejé paralítico, que se joda.
Posiblemente los que vimos en el suelo al llegar podrían estar en la misma situación que mi congelado depredador…
Me levanté y retiré toda la nieve que se me quedó encima. Cogí mi arma y terminé de rodear la casa. Carl se había alejado un poco para examinar los alrededores. Al parecer no había nadie en las cabañas que no estaban apuntaladas. Aun estando las puertas cerradas. Poco después, el olor a madera quemada estimuló nuestras pituitarias. Salía de la cabaña que rodeamos.

jueves, 19 de mayo de 2011

(XLII) Viejos conocidos y nuevas noticias

Viejos conocidos y nuevas noticias

Llevo ya tres días sin escribir. Confío en que salgamos de aquí pronto porque los recursos empiezan a escasear y no creo que sea una buena idea quedarse mucho más tiempo. Pero de momento esto no viene al tema. Juro que en cuanto pueda pasaré estos apuntes a limpio. Y debo hacerlo pronto… Dios… cuánto tiempo sin ver un simple folio totalmente blanco, sin manchas, sin suciedad, sin restos de dejadez en el tiempo… Echo de menos todo… y a todos.
Como me quedé diciendo, a pesar de la situación, creo que nuestras mentes estaban tan saturadas que explotaron por compresión, y salió nuestro lado más afable y burlón. En una circunstancia en la que estás harto de sentirte muerto, rodeado y excesivamente inmerso en lagunas de adrenalina, es necesario compensar por otro lugar. De manera que pasamos gran parte de nuestro viaje hacia el norte contando historias de cuando éramos pequeños, comparando con los años 60 de Joe, ¡que no sabía que era hippie! Pintas tiene, pero ¡joder! ¡Un hippie con un lanzacohetes! Y no precisamente de flores… Las cosas han cambiado, y mucho me temo que nada volverá a ser igual.
Decidimos aligerar el paso antes de que anocheciera, aunque 20 millas no son fáciles de recorrer. Nos llevaría horas y seguramente precisaríamos parte de la noche, por lo que no era muy sensato. De modo que, antes de que el sol se ocultara, acordamos refugiarnos en algún lugar y, en el peor de los casos, intentar subir a un árbol para descansar. Lo que me hizo pensar… “Necesitamos provisiones, y no sólo alimenticias”. Cuando llevábamos unos minutos caminando, resulta que nos acordamos de lo que es vital para la supervivencia.
-No os preocupéis, tengo algo que nos puede servir… - se detuvo cogiendo uno de los tirantes de la mochila que llevaba – Veamos – metió la mano – tengo vendas, agua oxigenada, una cuerda de un par de metros – enumeraba dejándolas sobre la nieve – unas cuantas latas de comida que se calienta sola… se la robé a unos soldados – alzó la mirada con una sonrisa – una pistola con un cargador extra… ah, y un gps militar, pero está bloqueado.
-Nos acabas de salvar la vida, Joe – le dije.
-Ya van dos en un día, viejo, te estás haciendo todo un hombre… - continuó caminando Carl.
-Que te den por culo, capullo – carcajeó nuestro piloto.
Nuestro querido cincuentón pasó de ser un trabajador contratado a nuestro compañero de viaje. Y la verdad… ahora es cuando más se agradece sentir la compañía de una persona. Si me hubiera topado yo solo con todo esto es muy probable que ya perteneciera al grupo de los no muertos. No muertos… tiene ironía. Si dices “no muertos” es que están vivos, pero tampoco lo están… en fin, ocurrencias típicas de una situación así.
No me entretendré relatando lo que nos ocurrió durante el viaje porque no fue demasiado relevante. Cierto es que nos encontramos con varias de esas criaturas, pero en lugar de abrir fuego, aprovechamos nuestra ventaja en la velocidad para perderlos de vista y así evitar hacer ruido innecesario que atrajera a más de ellos. Durante la noche, escalamos como buenamente pudimos a un árbol y pasamos la noche en vela, por supuesto. Llevaba varios días sin dormir absolutamente nada y mi cuerpo lo notaba. Lo noté cuando se me echó esa criatura encima de mí y apenas pude contenerle. El descanso es imprescindible para la supervivencia y los buenos reflejos, pero me era imposible. Aun no podía creer lo que veía y, peor todavía, no me quería imaginar qué es lo que estaría ocurriendo en el resto del mundo.
Antes de que saliera el Sol la mañana siguiente, ya estábamos emprendiendo de nuevo nuestro viaje. El tiempo era, y sigue siendo, oro. Estaba ya hasta los cojones del puto dolor de huesos que me perseguía. Ya no sólo era la falta de descanso, sino la mala noche que pasamos los tres todo apretados entre los ramajes del ciprés.
Era increíble hasta dónde habían llegado. A pesar de la velocidad que llevaban, los no muertos habían pisado de sobra la zona por donde íbamos nosotros. Se notaba sin necesidad de ver a ninguno: el rastro que dejaban en la nieve al arrastrarse era inconfundible. Sobrecogedor.
Después de horas de caminata yendo hacia el norte, antes de mediodía; sin caminos ni indicaciones, sólo guiándonos por el Sol, pudimos avistar un grupo de cabañas pequeñas. Los copos de nieve que empezaban a caer nos recordaron que estábamos en la zona fría del planeta, por lo que debíamos aligerar el paso y entrar en calor lo antes posible.
Pero… ¿la suerte? Bueno, no sé si existe la suerte o no, pero desde luego a nosotros no nos daba buenas expectativas. Los no muertos habían estado allí… y al parecer no sólo un par de ellos…

miércoles, 18 de mayo de 2011

(XLI) Camino al infierno (VI)

Camino al infierno (VI)

Con el borde del cañón apoyado sobre la mesa y su ojo alineado con la pequeña y oxidada mirilla de la AK-47, Carl reposaba tranquilo, serio e inalterable ante la inquietante situación. Yo, por mi parte, dejaba asomar levemente los párpados superiores. Lo suficiente como para echar un rápido vistazo a lo que pudiera venir.
Sin palabras, rebosantes de sudor por todas partes, respirando incluso por la boca para no hacer nada de ruido. Sólo podía apreciarse lo exterior…
Pasos, pasos que se arrastraban y movían los escombros. Choques continuos con numerosos objetos que había de por medio... Carl me miró y me sonrió.
-No te preocupes, colega – me guiñó un ojo - Estamos preparados.
Le admiro por todo lo que intentaba hacer para tranquilizarme, pero no podía evitar ocultar que ni él mismo se lo creía.
Algo apareció por el borde de la entrada al laboratorio. Carl frunció el ceño y acarició el gatillo con el dedo índice.
-¿James? ¿Carl? – se oía un susurro - ¿Estáis ahí?
-¿Pero qué coño? – me habló gesticulando con la boca.
Arriesgamos un poco revelando nuestra posición para llevarnos finalmente las manos a la cabeza. No sé si de gusto o disgusto. El jodido Joe posaba valentón bajo la entrada con una mano en la cintura sujetando una pequeña mochila y la otra portando un llamativo y ensuciado lanzacohetes AT-4 sobre su hombro derecho.
-Parece que el patio se ha revolucionado, ¿eh? – mascaba tabaco.
-¡Maldito cabrón! Creíamos que eras decenas de esas cosas. ¡Podría haber disparado, gilipollas! – tiró el arma al suelo.
-No hace falta que me des las gracias – sonrió – No es conveniente que sigamos aquí. Hay más de esas cosas viniendo hacia nosotros.
-Genial, esto es genial. ¡Tú y tus jodidos misiles nos han delatado!
-Permíteme decirte, querido amigo, que acabo de eliminar a decenas de esas cosas gracias a esta preciosidad – miró hacia arriba a modo de evasión - Bueno, al menos no pueden moverse demasiado.
-Carl – le cogí del hombro – de una forma u otra, teníamos que salir de aquí. Joe nos ha facilitado mucho las cosas.
-Lo sé, Jimmy. Es una mezcla entre rabia y regocijo. Pero sí, aprovecharemos esto. Viejo – se dirigió a él - ¿podemos llegar a la avioneta?
-Me temo que podríamos llegar allí siendo parte de su estirpe.
-¿Qué quieres decir? – pregunté.
-Chico, para ser aspirante a físico eres algo corto. Quiero decir que aquello está infestado y no se están alejando precisamente.
-Maldita sea, viejo. Tú y tus petardos…
-Vámonos – añadí - Discutiremos por el camino, nenas.
-Está bien, seguidme – gesticuló Joe con la mano.
-Espera, espera. Jimmy, ¿llevas la tarjeta?
-Sí, no te preocupes – me aseguré palpando el bolsillo.
Comparando la velocidad que entramos con la que salimos, parecía que teníamos varios toros detrás de nosotros. Al salir pudimos ver la destrucción y devastación que había dejado este jodido loco. El muro por el que entramos (vamos, el de la habitación de las literas) estaba totalmente derribado. Los vehículos volcados por las explosiones y, lo peor, la carnicería que había montado nos daba la bienvenida de nuevo al exterior. La escalofriante postal era pavorosa: La sangre teñía la pureza de la blanca nieve con numerosos cadáveres intentando asesinarnos con toda su rabia. Es como si pidieran venganza a gritos. Sus mandíbulas estaban tan abiertas que los tendones de muchos de ellos se habían desgarrado repulsivamente.  Decenas de esas criaturas despedazadas, con extremas y sobrecogedoras amputaciones. Sus cabezas, algunas solitarias, pedían nuestra sangre. Otros intentaban alcanzarnos mientras se arrastraban con su único brazo, o su medio cuerpo, o intentando inútilmente levantarse mientras se apoyaban sobre su fracturado fémur…
-Tío… ¿qué has hecho?
-La pregunta es – interrumpí - ¿cómo ha podido hacer esto él solo y no todo un ejército?
-Jim, eran unos cuantos. Aquí hay secuelas de una jodida batalla contra el diablo…
-Demasiadas preguntas para no tener ni puta idea – nos metió prisa mi amigo – debemos irnos.
Y así, bajo el relativo abrigo que nos ofrecían las nubes de Alaska, caminamos, sumidos en una eterna y amena conversación, hacia el norte en busca de nuestra próxima respuesta

martes, 17 de mayo de 2011

(XL) Camino al infierno (V)

Camino al infierno

La impotencia que mi querido amigo sentía estaba provocando que perdiera los estribos. Pero lo peor que podía hacer era decirle cosas ‘incoherentes’ para él. Así que continué buscando. Nada. Nada… Sólo restos de sangre, de un fuerte combate contra las fuerzas armadas que por lo visto no sirvió de nada… o abandonaron de inmediato. La presencia del alto cargo me hizo pensar que tal vez el ejército pudo contener lo que se encontró pero posiblemente se toparon  con otro grupo por sus flancos… No lo sé.
-Voy a coger esas mesas y colocarlas para defendernos. Deja de buscar, ya es inútil. Ahora lo que importa somos nosotros.
Tenía la necesidad de seguir rastreando. No podía creer que no tuviéramos nada de nada. Quiero decir, me resultaba difícil de entender que nadie hubiera anotado nada… Lo que me hizo pensar… ¿cierre inesperado? … ¿Y si los servicios militares se encargaron de todo antes de ser sorprendidos? Un sinfín de teorías… Por otro lado, no podía ponernos en peligro. Después de que Carl se encargaba de nuestra protección, debía hacerle caso. Me resigné y desistí. Me dirigí a ayudarle a colocarlo todo. Mientras, otro fuerte estruendo sonó. Los jadeos de esas cosas incluso podían escucharse desde donde estábamos. Se me puso la carne de gallina mientras un impulso recorría toda mi columna vertebral. Seguidamente escuchamos cómo el inconfundible sonido de escombros cayendo al suelo invadía los alrededores. Algo pasaba ahí fuera y algo había terminado de tirar la pared que quedaba por donde entramos.
Aprovechando la confusión, nos dimos prisa en tumbar las mesas de canto para ‘refugiarnos’. Fue entonces cuando pisé ese papel. Una nota, cerrada torpemente con lacre se escondía astutamente entre microscopios destrozados y probetas resquebrajadas. El primer rayo de esperanza después de tanto tiempo. Y era de la persona que menos esperaba leer: Fastword.

“James, si estás leyendo esto, es que sigues vivo. Me arriesgo a dejar esta nota al descubierto. Espero que seas tú el primer lector. Hijo, esto es un infierno. Han caído todos… uno por uno y han vuelto como esas cosas… Nunca podré perdonarme haber asesinado a alguien… aunque no sea humano. Esas cosas se multiplican rápidamente. No dejes que ninguno te toque. El ejército llegó y nos retuvo como criminales. Agentes especializados formatearon toda nuestra base de datos. Está claro que no venían a rescatarnos. Pero la cosa se les complicó. No ha salido nadie vivo de aquí… casi. Paula y yo hemos encontrado un modo de escapar. Iremos hacia el norte y nos intentaremos refugiar en el viejo campamento juvenil ‘Advantage’. A veinte millas de aquí. ¡Ah! La señorita Simons se encerró en la sala de generadores. Confío que puedas sacarla de allí con vida. Se niega a salir.
Espero que comprendas que no puedo contarte nada más. Te espero impaciente, chico. Sé que no me defraudarás.
Cuídate, hijo.”

Teníamos un lugar donde ir. La sangre empezó a hervirme y las ganas de salir de allí junto con la esperanza de que el profesor podría seguir vivo hicieron florecer el espíritu heroico que tenía dentro.
-De nada te servirá eso ahora – me anestesió Carl – de momento agáchate y no hagas un ruido.

lunes, 16 de mayo de 2011

(XXXIX) Camino al infierno (IV)

Camino al infierno (IV)



Intentando hacer el menor ruido posible, caminamos lentamente evitando pisar cualquier cosa que pudiera delatar nuestra presencia. Llegando a las puertas, nos cubrimos contra la pared y echamos un vistazo al interior de la sala. Había varias de esas cosas merodeando por allí. Demasiado arriesgado como para intentar hacer blanco. Demasiado arriesgado como para pasar como fantasmas. Demasiado arriesgado para todo. Nuestra opción era que salieran de allí por su propio medio, no por nosotros. De forma que se nos ocurrió arrojar un escombro hacia la parte del pasillo por donde estaba la habitación de las literas. De momento, era nuestra única opción rápida. Cogí un escombro con varios casquillos para aumentar la agudeza del sonido y lo lancé con fuerza. Carl y yo nos escondimos en dirección contraria a donde deberían ir esas cosas, detrás de una mesa. Joder, ni que hubiera lanzado una bomba. El silencio era tal, que se oyó como un fuerte estruendo que atravesó de punta a punta todo el ‘puesto de salvamento’.
Al cabo de varios segundos, salió nuestro primer pez en busca de su anzuelo. Al rato, otro. Y así hasta que sólo quedó uno. Semanas más tarde corroboramos la teoría por la que establecimos que todas esas criaturas se ven atraídas por las masas. Al parecer no tienen inteligencia propia, sino que se dejan llevar a donde haya algún grupo. Es como el perro y la bombilla de Paulob: si se enciende, hay comida; si hay muchos muertos vivientes, hay comida.
El caso es que tuvimos suerte. No estaba mal después de varios contratiempos. Aunque sólo quedó uno dentro, Carl, con los ojos iluminados y furiosos, me arrebató el cuchillo, corrió como una gacela por el laboratorio esquivando todo cuanto encontraba y embistió a la criatura. Antes de que pudiera darse cuenta, tenía la afilada punta del cuchillo de combate asomando por la frente. Era increíble. El instinto de supervivencia le había florecido en cuestión de días… horas me atrevería a decir.
-Tú sabes más que yo de todo esto. Busca, yo vigilaré.
-Bien.
Aceptando que tenía conmigo un guardián, aproveché la sensación de seguridad que recorría mi cuerpo para encontrar cualquier pista. Y vaya que si la encontré. No hizo falta, aún, conectar nada.
El cadáver de un alto mando militar yacía en el suelo. Tenía la cara desfigurada por completo. No sabíamos si se convertiría en una de esas cosas o no, así que debíamos darnos prisa. Busqué entre su uniforme todo ensuciado y rasgado. Sólo encontré su identificación y… una tarjeta micro SD en una cajita metálica con gomaespuma a medida. Teníamos algo. Pero no era el momento de comprobar qué era. De eso nos ocuparíamos más tarde.
 Corriendo como si se tratase de una competición, fui encendiendo todos los ordenadores de la sala. Carl, mientras tanto, me invitó a ver la sala de contención de las personas que encontraron el profesor y sus colegas. Las camillas estaban volcadas; los cristales reventados y la puerta entreabierta. Sin duda, todo había comenzado allí. Los signos de violencia eran aun más notables en aquel lugar: cadáveres de soldados, algunos científicos con los que no llegué a tener mucho trato; puertas forzadas y apuntaladas; mesas y camillas colocadas a modo de trinchera… debió ser el infierno.
El primer ordenador arrancó satisfactoriamente. Pero con el aviso de ‘cierre inesperado’.  Levantado con la espalda inclinada hacia delante dejando caer el peso del cuerpo sobre una pierna, busqué por todas partes algo. Cualquier cosa.
Uno… dos… tres… cuatro… cinco ordenadores registrados y ninguno tenía nada, ¡joder! Nada de nada, ni un puñetero archivo, ni una sola crónica, ni un pésimo apunte… Tal vez lo que buscábamos estaba en esa tarjeta de memoria… pero no teníamos tiempo. Carl me metía prisa. Según él, oía ruido fuera. Esto no nos gustaba nada. Contuve la rabia. Quería tirar algo, pero nos mataría. Me tranquilicé a mí mismo y esperé unos segundos. Acto seguido, comencé a buscar pistas por el suelo. Algo escrito, como lo que llevaba el señor Balance. Le pedí a mi amigo ayuda. Estábamos contra la espada y la pared y cada vez se acercaban más una a la otra. Se oyó un tremendo golpe fuera. ¡Joder! Como una explosión. Estaba nervioso. Parecía que tenía párkinson. Registramos varios cuerpos, mortalmente heridos del encéfalo. De nuevo, el ruido parecía entrar dentro. Estábamos jodidos. Coño, estaban entrando.
-Se acabó, Carl, estamos jodidos… - apretaba los puños.
-Llevamos perdidos ya mucho tiempo. Nadie te va a tocar, así que sigue buscando, ¡maldita sea!

miércoles, 11 de mayo de 2011

(XXXVIII) Camino al Infierno (III)

Camino al infierno (III)

De una forma u otra, “mandé” a la mierda al miedo y el continuo pensar de que estaba a punto de perder a mi mejor amigo hizo que pudiera salir del estado paralítico en el que me sumía.
Me mordí el labio inferior y coloqué el dedo índice sobre el gatillo. Carl me miraba mientras apretaba los dientes.
-¡Nene! – el muy cabrón seguía hablando por lo bajini - ¡no! ¡Coge el cuchillo, no la cagues ahora, mamón!
Abrí los párpados sobresaltado y dejé el fusil en el suelo. Cogí el cuchillo y, con rabia, hinqué la punta en la parte parietal de la cabeza y la atravesé hasta que su sucio y ensangrentado pelo tocó la empuñadura.
La criatura, sumida en unas incesables convulsiones, se dejó caer sobre Carl, siendo empujado por éste hacia un lado. Tras pocos segundos, con un áspero y escalofriante jadeo, paró totalmente de moverse. Como una siniestra escultura, con los ojos abiertos y cubiertos con una especie de película blanca. Sangre y restos de líquidos que no vienen a cuento no paraban de chorrear por su cráneo. No podía evitarlo. Vomité encima del no muerto sintiendo cómo el ácido estomacal me abrasaba la garganta. Por primera vez no sentí asco de mis náuseas…
-Gracias, tío – me tendió su mano para ayudarle a levantarse.
Lo cierto es que mi buen amigo estaba perdiendo poco a poco la sensibilidad. Era un factor importante y vital del que no conseguía despegarme.
Abrimos la puerta, cautelosos por lo que pudiera aparecer y entramos. Pero el fuerte olor a putrefacción nos hizo retroceder y casi volver a salir. Un cadáver permanecía solo e inmutable sobre el suelo sin ningún signo de agresión, que automáticamente se convirtió en lo primero que buscábamos. Parecía ser una mujer. Y era del laboratorio, porque llevaba una bata.
En efecto. Me acerqué a ver su chapa identificativa y se trataba de la señora Jessica Simons. Parecía que había muerto por deshidratación… El pánico pudo impedirle salir y esperar con la esperanza de que llegase alguien. Tarde… ¡joder!
Cada paso que dábamos bajábamos un escalón hacia el infierno. Estaba claro.
Los músculos deshidratados por completo dejaban que las venas se marcaran y la piel dibujase detalladamente el contorno del esqueleto… la desolación y la  sensación de impotencia invadían mi alma. Parecía que Dios había desistido con el ser humano de una vez por todas.
Todos aquellos frescos que los grandes artistas realizaron representando a la muerte tomaban vida ahora en nuestro tiempo.
Con el brazo tapando las narices para aguantar ese insoportable olor, tiramos de la cuerda de la bobina que accionaría y arrancaría el generador. Afortunadamente había combustible y no hacía demasiado ruido.
Rápidamente salimos y cerramos la puerta para aislarlo. No teníamos mucho tiempo para actuar. Algunas luces se encendieron. El cebador de algunas no funcionaba bien y provocaba que parpadeasen continuamente…
Nuestra misión era entrar en el laboratorio propiamente dicho y buscar tanto como pudiéramos. Después, largarnos echando lechugas hacia el avión y salir. Ese era el plan. Científicamente planeado…

martes, 10 de mayo de 2011

(XXXVII) Camino al infierno (II)

Camino al infierno (II)

Volvió a relajar la sonrisa hasta quedarse completamente serio, atento a lo que pudiera venir. Barrió de nuevo el pasillo. Parecía no haber nada. Nada que se mantuviese en pie, al menos. Las manchas y restos de sangre con tono oxidado volvían a ser las protagonistas del escenario. Varias de esas cosas yacían sentadas contra la pared dejando caer su mandíbula mientras lanzaban una muerta mirada al techo. La escena era la que me imaginaba: los soldados descargaron los proyectiles desesperadamente contra los no muertos, haciéndoles retroceder dibujando una escalofriante línea de sangre en la pared. Típicamente hollywoodiense… hay que joderse.
Los casquillos abundaban como agua en una catarata. Soldados abatidos y totalmente despellejados, mesas y todo tipo de muebles tirados en cualquier lugar. También colocados a modo de trinchera… Pero lo que más me conmovió fue aquel pobre hombre. Con una fotografía aún sujeta en la mano derecha y una pistola reglamentaria a escasos centímetros de él, yacía un joven soldado casi tumbado, con la espalda inclinada por el propio peso, las manos de cualquier forma sobre el suelo y un agujero de bala cruzando la cabeza de sien a sien. El pobre muchacho hizo el acto más valiente e impotente a la vez que podía hacer. Me puse en cuclillas para ver la foto. Tenía curiosidad. Como pensaba, en la ensangrentada y sucia toma posaban tres personas: la que parecía ser la mujer del muchacho, su hija… no llegaría a tres años… y él.
Cerré los ojos con fuerza y le dejé la foto en la mano. Carl me advirtió que no teníamos tiempo. Me levanté y continuamos hacia los generadores.
La habitación que buscábamos no era gran cosa. Un estrecho cubículo con un pequeño generador de gasolina que pudiera abastecer durante unas horas al laboratorio con el consumo mínimo.
¿Camino fácil? Bueno… no exactamente. Pero tampoco imposible. Tal vez la gran abertura y fuerte luz que entraba por donde pasamos llamó la atención de lo que había dentro. O simplemente los que estaban fuera no vieron motivo para volver a entrar.
En cualquier caso, caminamos lentamente sólo iluminados por una pequeña linterna montada malamente sobre el fusil. No podíamos hacer ruido, no podíamos casi hablar, no podíamos disparar ante cualquier movimiento raro… Sólo un fallo y atraeríamos a todos hacia dentro. Era una auténtica prueba de habilidad y… qué coño, era un suicidio.
-Dame ese cuchillo – susurró Carl sin apartar la vista.
Nuevecito, sin restos de combate. Se lo di y, sin aviso, me dio su fusil y me arrebató mi arma.
-Iré mejor con esto.
Y la verdad es que ese acto de valentía nos salvó la vida. Casi delante de una puerta metálica que sujetaba un letrero amarillo que ponía “peligro, riesgo eléctrico”, apareció una de esas cosas abalanzándose sin piedad contra Carl, negándole siquiera a pestañear. Esa imagen… esa boca sedienta, enfocada por la linterna, pidiendo sangre… Los dos llegaron a caer al suelo. Uno luchando por devorar y otro por vivir.
Cogiendo aire por donde no había, alumbraba la escena sin que el cuerpo me respondiera para hacer nada. Respiraba a bocanadas y sudaba como nunca. El corazón iba a salir del pecho… y no era capaz de hacer nada.
Me llevé la AK a la altura de mi ojo derecho para abrir fuego. No sabía. Pero no era el momento de dudar. Si no hacía nada sería peor.
Carl lanzó un susurro a modo de grito. Era increíble el valor de mi compañero. Siempre le admiraré por eso. No sé si sabía que iba a morir o no, pero no se dejó llevar por el pánico y aún seguía hablando flojo para no armar escándalo, a pesar de la situación. Realmente fue una lucha silenciosa si obviamos los jadeos de esa cosa. ¡Maldita sea!” llegué a pensar. Mi amigo aguantando y yo aquí acojonado…

martes, 3 de mayo de 2011

(XXXVI) Camino al infierno (I)

Camino al infierno (I)

Nosotros, con un equipo balístico algo más profesional, caminamos hacia el laboratorio que podía observarse en la lejanía. A poco menos de media milla.
Los pasos que dábamos eran cautelosos, pero no fueron suficientes como para evitar lo que se nos venía encima. Una horda de esas bestias, posiblemente llamadas por el eco de los disparos, se acercaban al lugar donde estuve apunto de morir. Eran inconfundibles e interminables. Pasos arrastrados, jadeos descomunales… todos sedientos e insaciables. En pocos minutos nos vimos rodeados por más de cien de esas cosas. ¡Dios Santo! ¡Decenas! ¿Cómo podían haberse multiplicado tanto en tan poco tiempo… y en un lugar como aquel? Sus cuerpos presentaban distintos aspectos: unos putrefactos; otros con carne ‘sana’, seguramente recién infectados;… Pero buscando lo mismo. Eran muchos y nosotros éramos poca cosa. Nos querían. Nos ansiaban.
Afortunadamente, la velocidad era un punto a nuestro favor. De modo que la aprovechamos para alejarnos de aquel lugar. Era demasiado tarde para volver al avión. Ese paso estaba cerrado.
Corriendo como gacelas, huíamos de nuestros torpes aunque peligrosos depredadores buscando refugio en lo que supuestamente fue la zona cero. Mas el paso fue detenido por la descarga de un arma de fuego. Venía de la zona en donde aterrizamos. Joe había disparado… ¡Y otra vez! Dos veces casi seguidas. Nada bueno estaba pasando, pero era demasiado tarde para ir allí. Confiábamos en que estuviera a salvo. No obstante, fuera buena noticia o no, los no muertos fueron hacia los disparos, dejándonos vía libre a nosotros. Bendito loco… aunque pobre de él. Si no se refugiaba, estuviera donde estuviese, estaría muerto.

Después de pocos minutos avanzando con discreción, allí estaba nuestro destino: los restos del laboratorio derruidos, con la zona de las habitaciones visible por completo. La litera en la que dormí aquella noche estaba tumbada en el suelo, como la mayoría de ellas. Los escombros y agujeros de balas era lo único que adornaba aquel desolador lugar… sin nombrar los cadáveres encefálicamente agujereados que yacían en las inmediaciones. Así, sin ningún tipo de traje de protección, aterrizamos en Nome, ciudad muerta. Era hora de intentar poner fin a aquello.

Quizá, antes de continuar escribiendo, debería explicar por qué no llevamos traje. La nota que cogimos de la bata del señor Balance… Joder, posiblemente ahora convertido en una de esas cosas, era como una especie de crónica que narraba por horas lo que sucedía en el laboratorio. Creo recordar en páginas anteriores… Si me permites, buscaré. Ya. Como afirmaba, había cosas ilegibles que no acabamos por descifrar, lo que nos irritó en cierto modo. Bien. Durante el viaje pudimos leer algo más, y era que toda aquella bacteria presente en el ambiente no característica del entorno natural de Nome perecía por el duro clima. Lo que hizo que los científicos salieran del laboratorio en algunos momentos sin ningún traje protector. Textualmente ponía esto: “bacterias no naturales de Nome son inhibidas por duro clima”. Lamentablemente sí había más cosas importantes, pero que son absolutamente ilegibles, por desgracia. Lo intentamos durante horas, pero fue inútil. No conseguimos averiguar qué era. Pero teníamos una pista: fuera lo que fuera lo que salió de esa bomba, muere por el frío. Lo extraño es que esas criaturas no mueren… ¡Joder!
Por fin, llegamos al tan esperado laboratorio. En busca de algo más sólido que un papel ensangrentado. Con la AK preparada para disparar y la PT cubriendo las espaldas de Carl, pasamos en silencio a las instalaciones del Gobierno. Qué irónico.
La energía eléctrica que había en aquel lugar brillaba por su ausencia. No teníamos nada de luz. Sólo la que provenía del exterior. Por lo que, lógicamente, el interior estaría completamente a oscuras. ¿Y quién iba a entrar en aquel sitio oscuro, repleto de cadáveres de militares muertos, desgarrados completamente; restos de sangre reseca por las paredes, casquillos de balas…? Tal vez Bruce Willis o Stallone sí… ¿pero yo? Ni de coña.
Lógicamente, allí estaba Carl para arrástrame al abismo.
-Tranquilo, el fusil tiene una linterna sujetada con cinta aislante. Será de ayuda – habló por lo bajini.
En fin. Estaba claro que era nuestro destino ir allí a hacer lo que tuviéramos que hacer. Aunque las piernas me temblaban hasta tal punto que me costaba mantener el equilibrio, intentaba dar los pasos lenta y tranquilamente. Había incluso momentos en los que mi cuerpo no respondía aunque se lo ordenara. Y eso que todavía estábamos en la habitación de las literas…
Carl encendió la linterna. Barrió de izquierda a derecha rápidamente el pasillo de fuera. Pero le detuve en ese instante.
-Genio – susurraba – hay que encender los generadores de emergencia. ¿Qué coño quieres que busquemos si no?
Mi amigo lanzó una picaresca sonrisa, a la par de burlona.
-Pues que su majestad vaya primero.
-Y una mierda, yo te indico.
-¡Ay… que no se manche tu culo blanco! – reía bajo.
-Musculitos, no empieces que la tenemos.
-Vamos, Jimmy, intenta relajar la tensión. Cuanto peor estés, peor van a salir los planes.

domingo, 1 de mayo de 2011

2º EDICIÓN DE RELATOS ZOMBI del blog INFECTADOS



Hola!
Animo a participar en la segunda edición de INFECTADOS de un relato Zombi. Y no es necesario tampoco tener mucha idea! con que esté relacionado con ellos...
Os animo al menos a pasaros por el blog y revisar las bases, e incluso leer los relatos. Seguro que no tendrán desperdicio.

Saludos!