Nada más vernos se incorporó y alzó los brazos con euforia mientras se echaba hacia atrás. Con un apretón de manos nos saludamos y ante las palabras “no perdamos tiempo” de Carl, subimos al aparato. Joe cogió el cigarrillo con los dedos índice y pulgar. Dio una última calada, terminándolo casi por completo, y lo arrojó al suelo. Lo pisó y exhaló el humo a través de sus fosas nasales. Se pasó la manga por la boca, como si la tuviera manchada y, con una bocanada de aire, dio la vuelta y subió casi de un salto a la cabina, ayudado por sus brazos.
Mientras que la batería movía las hélices para activar el motor, nosotros nos poníamos los cinturones y nos preparábamos para la mayor locura de nuestra vida.
-“¿Estáis, listos, chavales?” – surgió Joe por el megáfono.
-¡Vámonos, viejo! – gritó Carl dando un par de golpes fuertes al metal que nos separaba.
Encendido por fin el aparato, notamos que ya comenzó a moverse lentamente. ¿Logaría despegar? ¿El claro sería suficiente terreno? Qué importaba. Si moríamos allí desde luego sería más digno que en el infierno que nos esperaba.
Durante el viaje, Joe mantenía encendida la emisora permitiéndose escuchar la frecuencia pirateada del ejército. No sé de dónde había salido ese hombre, pero desde luego su aspecto era contrario a su inteligencia. Tal vez buenamente manipulado. Independientemente de eso, nos pasó una conversación a los altavoces entre un helicóptero y la base que merece la pena recordar:
-“Aquí Base a Pájaro dos y Jefe de Escuadrón, tienen permiso para abrir fuego en cuanto vean movimientos extraños. Recuerden: cualquier individuo debe ser exterminado”
-“Recibido, base. Estamos en camino”
-- Al cabo de unos minutos --
-“Jefe de Escuadrón a Base: hemos localizado varios individuos con movimientos sospechosos. Procedemos a abrir fuego…”
-“Recibido, Jefe de Escuadrón, adelante”.
-“Aquí Pájaro dos, hemos hecho blanco en diecisiete individuos. Seguimos rastreando la zona”.
-“Buen trabajo, Pájaro dos…”
-“¡Espere! ¡Se mueven, señor! – habló atónito – Vuelvan a abrir fuego!”
-“Pájaro dos, comunicaron que hicieron blanco, ¿qué está pasando?”
-“Señor, varios individuos se han levantado y otros se arrastran por el suelo. El resto sigue inmóvil”.
-“Haga recuento, teniente”
-“Aquí Jefe de Escuadrón. Diecisiete individuos tocados, nueve de ellos en pie, cinco arrastrándose y tres inmóviles.”
-“Recibido. Fuego a discreción autorizado, pájaro dos”
-“Recibido, señor. ¡Fuego a discreción!
-“Aquí Jefe de Escuadrón. Diecisiete individuos yacen inmóviles en el suelo. Esperamos respuesta”.
-“Buen trabajo, caballeros. Sigan rastreando la zona.”
Carl y yo nos mirábamos asombrados y con un acojone de dos pares de narices.
-“¿Acojona, eh? – nos sorprendió Joe – y eso que no lo habéis oído todo.”
-¡Maldita sea! – golpeé las paredes del aparato - ¿Cómo han podido esas cosas multiplicarse con tanta rapidez?
-Eso intentamos saber, compañero – me intentó tranquilizar.
En todo el viaje, sorprendentemente, no fuimos interceptados por nadie. O al menos, no tuvimos respuesta alguna por megafonía. Según nos contaba Joe, el ejército nos había amenazado varias veces por radio, pero, según él, algo realmente malo estaba pasando para que no hayan mandado a nadie a derribarnos. “Posiblemente creían que el picor de sus bonitos huevos era sólo eso – afirmaba el viejo - y ahora se han dado cuenta que tienen una jodida plaga de ladillas”.
Y con todo, tras varias horas de viaje, y de nuevo, con un tiempo relativamente calmado, aunque nublado y ventoso, llegamos a la zona cero (o eso creíamos). Joder, lo que no esperábamos era encontrarnos con aquello… No sé cuál fue la cara de Joe al ver esa mierda desde dentro, pero desde luego no creo que fuera distinta a la nuestra: “¿¡Pero qué cojones!?”
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