Camino al infierno (I)
Nosotros, con un equipo balístico algo más profesional, caminamos hacia el laboratorio que podía observarse en la lejanía. A poco menos de media milla.
Los pasos que dábamos eran cautelosos, pero no fueron suficientes como para evitar lo que se nos venía encima. Una horda de esas bestias, posiblemente llamadas por el eco de los disparos, se acercaban al lugar donde estuve apunto de morir. Eran inconfundibles e interminables. Pasos arrastrados, jadeos descomunales… todos sedientos e insaciables. En pocos minutos nos vimos rodeados por más de cien de esas cosas. ¡Dios Santo! ¡Decenas! ¿Cómo podían haberse multiplicado tanto en tan poco tiempo… y en un lugar como aquel? Sus cuerpos presentaban distintos aspectos: unos putrefactos; otros con carne ‘sana’, seguramente recién infectados;… Pero buscando lo mismo. Eran muchos y nosotros éramos poca cosa. Nos querían. Nos ansiaban.
Afortunadamente, la velocidad era un punto a nuestro favor. De modo que la aprovechamos para alejarnos de aquel lugar. Era demasiado tarde para volver al avión. Ese paso estaba cerrado.
Corriendo como gacelas, huíamos de nuestros torpes aunque peligrosos depredadores buscando refugio en lo que supuestamente fue la zona cero. Mas el paso fue detenido por la descarga de un arma de fuego. Venía de la zona en donde aterrizamos. Joe había disparado… ¡Y otra vez! Dos veces casi seguidas. Nada bueno estaba pasando, pero era demasiado tarde para ir allí. Confiábamos en que estuviera a salvo. No obstante, fuera buena noticia o no, los no muertos fueron hacia los disparos, dejándonos vía libre a nosotros. Bendito loco… aunque pobre de él. Si no se refugiaba, estuviera donde estuviese, estaría muerto.
Después de pocos minutos avanzando con discreción, allí estaba nuestro destino: los restos del laboratorio derruidos, con la zona de las habitaciones visible por completo. La litera en la que dormí aquella noche estaba tumbada en el suelo, como la mayoría de ellas. Los escombros y agujeros de balas era lo único que adornaba aquel desolador lugar… sin nombrar los cadáveres encefálicamente agujereados que yacían en las inmediaciones. Así, sin ningún tipo de traje de protección, aterrizamos en Nome, ciudad muerta. Era hora de intentar poner fin a aquello.
Quizá, antes de continuar escribiendo, debería explicar por qué no llevamos traje. La nota que cogimos de la bata del señor Balance… Joder, posiblemente ahora convertido en una de esas cosas, era como una especie de crónica que narraba por horas lo que sucedía en el laboratorio. Creo recordar en páginas anteriores… Si me permites, buscaré. Ya. Como afirmaba, había cosas ilegibles que no acabamos por descifrar, lo que nos irritó en cierto modo. Bien. Durante el viaje pudimos leer algo más, y era que toda aquella bacteria presente en el ambiente no característica del entorno natural de Nome perecía por el duro clima. Lo que hizo que los científicos salieran del laboratorio en algunos momentos sin ningún traje protector. Textualmente ponía esto: “bacterias no naturales de Nome son inhibidas por duro clima”. Lamentablemente sí había más cosas importantes, pero que son absolutamente ilegibles, por desgracia. Lo intentamos durante horas, pero fue inútil. No conseguimos averiguar qué era. Pero teníamos una pista: fuera lo que fuera lo que salió de esa bomba, muere por el frío. Lo extraño es que esas criaturas no mueren… ¡Joder!
Por fin, llegamos al tan esperado laboratorio. En busca de algo más sólido que un papel ensangrentado. Con la AK preparada para disparar y la PT cubriendo las espaldas de Carl, pasamos en silencio a las instalaciones del Gobierno. Qué irónico.
La energía eléctrica que había en aquel lugar brillaba por su ausencia. No teníamos nada de luz. Sólo la que provenía del exterior. Por lo que, lógicamente, el interior estaría completamente a oscuras. ¿Y quién iba a entrar en aquel sitio oscuro, repleto de cadáveres de militares muertos, desgarrados completamente; restos de sangre reseca por las paredes, casquillos de balas…? Tal vez Bruce Willis o Stallone sí… ¿pero yo? Ni de coña.
Lógicamente, allí estaba Carl para arrástrame al abismo.
-Tranquilo, el fusil tiene una linterna sujetada con cinta aislante. Será de ayuda – habló por lo bajini.
En fin. Estaba claro que era nuestro destino ir allí a hacer lo que tuviéramos que hacer. Aunque las piernas me temblaban hasta tal punto que me costaba mantener el equilibrio, intentaba dar los pasos lenta y tranquilamente. Había incluso momentos en los que mi cuerpo no respondía aunque se lo ordenara. Y eso que todavía estábamos en la habitación de las literas…
Carl encendió la linterna. Barrió de izquierda a derecha rápidamente el pasillo de fuera. Pero le detuve en ese instante.
-Genio – susurraba – hay que encender los generadores de emergencia. ¿Qué coño quieres que busquemos si no?
Mi amigo lanzó una picaresca sonrisa, a la par de burlona.
-Pues que su majestad vaya primero.
-Y una mierda, yo te indico.
-¡Ay… que no se manche tu culo blanco! – reía bajo.
-Musculitos, no empieces que la tenemos.
-Vamos, Jimmy, intenta relajar la tensión. Cuanto peor estés, peor van a salir los planes.
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