Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




martes, 26 de abril de 2011

(XXXV) Mr. Carl

Mr. Carl

Lo siguiente que oí fue el sonido producido una pistola acompañado de un desagradable crujido craneal. Joder… como cuando pisas una cucaracha, pero a lo grande. Fue como un haz de luz que atravesó en línea recta las sienes del muerto. O no muerto… bueno, en pocas palabras y siendo el mayor de mis alivios, esa cosa cayó como un saco sobre mi pecho, haciendo que exhalara aire por la boca de tanto peso que se me vino encima. La sangre casi seca, junto con un jugo viscoso grisáceo caía por los dos orificios recién trabajados y se deslizaba por la piel en estado de putrefacción. Pero estaba demasiado acojonado como para asquearme por lo que tenía encima. Dios… estaba vivo… no me lo podía creer.
Giré la cabeza en dirección a la procedencia del disparo. Me vi a Carl de pie, a escasos metros de mí, respirando sonoramente por la boca. Expulsando continuamente vaho, con el arma todavía humeante y apuntando. Estaba como en éxtasis. Bajó la PT 90 lentamente y se acercó a mí. Me ayudó a retirar el cadáver y me extendió su brazo bueno para levantarme. La rabia y la impotencia se apoderaron de mí. Lancé una patada contra el cuerpo de aquel soldado y estuve repitiendo el movimiento un buen tiempo. Entonces Carl, guardando el arma, me detuvo e intentó tranquilizarme.
-Ya está, tío, ya está…
Las lágrimas recorrían mis mejillas como torrentes. Abracé a mi amigo y desahogué la angustia que tenía.
-Siento haberte traído aquí, Jimmy. Lo siento…
-No – me secaba – No lo sientas. He sido yo el egoísta. Me preocupaba sólo por mí y no por lo que pudiera pasar.
-Sí, pero…
-Vamos al avión – interrumpí – Tenemos que coger más armas. Limpiaremos el laboratorio y nos iremos a la mierda de aquí.
-Sabes que estoy contigo, hermano – apoyó su mano en mi hombro con una leve sonrisa.
Al tiempo que volvíamos nos encontramos con Joe armado hasta los dientes. Como un jodido loco… Llevaba una AK-47, un rifle de caza colgando en la espalda y un par de cananas cruzadas por el pecho formando una ‘X’. Un auténtico ‘Pancho Villa’.
-He oído disparos y pensé que necesitaríais ayuda…
-¡¿Tienes un fusil de asalto y me has dado una pistola?! – replicó Carl.
-Lo siento, chaval, no creía que sería necesario sacar la artillería.
-Bueno, pues ahora sí. Dame el fusil y una de tus cananas. Nos va a hacer falta. ¡Y vuelve al puñetero avión!
-Bueno, bueno, tampoco te pongas así… ¡Santo Dios! – miró al cadáver - ¿qué ha pasado aquí?
-El soldado quería irse sin pagar… ¿tú qué crees?
-¿Es una de esas cosas? – lo señaló.
-Sí – respondí – y no es nada agradable.
Mientras se acercaba a saciar su curiosidad, Carl me dio su arma y el otro cargador ‘de emergencia’ que tenía. Después fue hacia nuestro piloto para que le diese el fusil.
-Es impresionante… ¿cómo ha podido producirse esto?
-No lo sé, viejo… pero no disponemos de mucho tiempo para averiguar algo.
-Apoyó sus manos sobre sus hombros y se dirigió a él serio y firme – Joe, tienes el rifle. Vigila el avión y los alrededores. Si es posible, mantente dentro. Los disparos se habrán oído hasta en el Misisipi y esas cosas deduzco que también. Cuídate, capullo – sonrió entonces dándole un apretón de manos.

lunes, 25 de abril de 2011

(XXXIV) Quien avisa no es traidor (III)

¡Hola! Perdón por la tardanza en postear. La Semana Santa me ha quitado bastante tiempo y no he pidodo conectarme antes. Pero como compensación, la entrada es doblemente larga xD
Espero que os guste!

Quien avisa no es traidor (III)

Desde las ventanas se podía ver perfectamente lo que fue nuestro centro de investigación… con una pequeña diferencia. Estaba medio derribado. Los agujeros de infinitas balas adornaban los muros exteriores que aún quedaban en pie. Restos de sangre en el suelo, soldados derribados, vehículos militares abandonados… Todo un espectáculo de bienvenida nos esperaba en tierra mientras todavía sobrevolábamos a baja altura las inmediaciones. ¡Joder!
Finalmente tomamos tierra en una carretera cercana al laboratorio.
-“Chavales, coged un arma y un par de cargadores. Están en la taquilla de vuestra izquierda. Yo bajaré e investigaré los alrededores”.
-Joe, no creo que sea buena idea que bajes – le respondió Carl.
-“Eh, no he venido aquí para fumar aquí dentro. No te preocupes, está controlado.”
-Como quieras, viejo. Nosotros vamos al laboratorio. Nos llevamos un comunicador. Vamos, tío – me dio una palmada en el hombro.
Bajamos del aparato y el albedo provocado por la reflexión de la luz sobre la nieve nos cegó durante un instante. Cuando la vista se nos acostumbró, un escalofrío volvía a recorrer todo mi cuerpo de pies a cabeza. Dios… estábamos allí otra vez. Un mecánico con una PT 90 y un estudiante que necesitaba cambiarse de ropa.
Las coníferas ya presentaban un aspecto extraño. Parecía que se estaban secando. Y el pueblo… bueno, si se podía considerar así, estaba prácticamente demolido. Se notaba que los servicios militares habían dejado su rastro por esa zona y, desgraciadamente, la situación de sus vehículos no denotaba nada bueno. Caminamos sigilosamente haciendo notar únicamente el sonido de la nieve comprimida por el calzado. A nuestro alrededor sólo había escombros, restos de casquillos casi cubiertos por la nieve y… Dios… odio recordar esto… Encontramos un todoterreno del ejército de los EEUU volcado en medio de la calle. Nuestra idea en ese momento era conseguir armas y munición. Toda precaución era poca y el interior de ese vehículo estaría provisto de lo que buscábamos.
Carl apoyó el pie en una rueda, que casi le llegaba al cuello, y tomando aire, se impulsó para dejar su cuerpo apoyado en una pierna, mientras esta descansaba sobre la rueda. Con la mano herida sujetando el arma, apuntaba nervioso en el interior del 4x4. Cuál fue su cruel destino, que sin poder reaccionar antes, una mano agarró el arma provocando que apretara el gatillo por el sobresalto. La bala se silenció con un sonido metálico en la puerta. Pero eso no era lo peor, por desgracia. El atronador rugido de la pistola se dispersó como el cantar de los delfines en el océano. Parecía que estábamos dentro de un teatro. Tenía la sensación de que hasta en Nueva York se había podido percibir. Era tal el sepulcral silencio que reinaba… ¡Maldita sea nuestra suerte!
Carl, llevado ahora por los nervios y el instinto, activado por la adrenalina; soltó la PT 90 y dio un salto hacia atrás, cayendo de espaldas contra el frío, aunque amortiguador suelo cubierto de nieve. Corrí para ayudarle a levantarse.
-Tío, ¿qué te ha pasado?
A pesar de la increíblemente baja temperatura que se nos echaba encima, Carl estaba sudando como un pollo asado.
-Ahí hay algo, nene. ¡Joder! – se quejaba dolorido – mi brazo…
-Tranquilo, no te muevas…
Con un sonoro manotazo, la mano que agarró el arma de Carl se apoyó sobre la puerta cerrada del conductor a través del hueco de la resquebrajada ventanilla. La piel, en estado de putrefacción, se iba quedando en las afiladas puntas de un cristal destrozado mientras leves surcos de sangre comenzaban a fluir por ella. Un color amarillento era el que presentaba… joder, no puedo describir la impotencia que sentía en aquel momento. Conforme iba mostrándose, se podía apreciar el uniforme de aquel hombre. Un marine. Un hombre joven, aparentemente. Y enviado por alguien insensato para meterse en la boca del lobo mientras otros se calentaban cómodamente en sus despachos. No me quiero imaginar cómo terminó, pero la impresionante mandíbula hablaba por sí sola. Una mandíbula inferior sin nada de piel, colgando y sólo sujetada al maxilar superior por unos débiles tendones. Es como la típica figura de la muerte… mirándonos a la cara y sin intención de detenerse. Y estábamos sin arma… qué situación.
-¡Nene, no te quedes ahí parado, joder!
-¡Te lo dije, sabía que no era buena idea venir, coño! ¡Tenemos que volver al avión!
-¡Calla y escucha! – me voceó – Voy a atraer a esa cosa. Rodéalo y ve a por el arma.
-¿¡Qué!?
-¡Mira, no me toques los cojones ahora ¿eh!? ¡Ve!
Mientras la criatura, con un aspecto macabro y jodidamente muerto, salía del todoterreno, yo empecé a alejarme de Carl en círculo. Pero esa cosa no me quitaba los ojos de encima. Pasaba de mi amigo. Me quería a mí…
-No funciona, Carl, viene a por mí… - le susurraba irritado.
-Responden a los movimientos… - recapacitaba - Detente, a ver qué pasa.
-¿Dónde te crees que estamos, loco? – me frustraba.
-Tú hazlo.
Haciéndole caso, me paré y me quedé como él estaba. La teoría de Carl era cierta: responden a los movimientos… pero eso no es lo peor. La criatura no se detuvo a pensar en nada y se dirigió a mi vagueando. Pero giró la cabeza y vio a mi compañero. Se detuvo y al ver, supuse, que estaba más cerca, cambió la dirección y fue hacia él. Esos bichos no son tontos y no tienen un punto único de visión… Hay que joderse.
Al ver que nuestro experimento no funcionaba, comencé también a caminar para llamar su atención. Pero al parecer estaba muy centrado ya en su objetivo y se acercaba lentamente hacia él. Arrastrando las botas militares desabrochadas, con los brazos extendidos e intentando soltar ese sordo grito, avanzaba imbatible.
Desesperado y con el corazón a cien, di un grito mientras pretendía hacerle venir. Y resultó. Me acerqué un poco más y se decidió por mí. Yo me alejaba a la velocidad que él se acercaba mientras mantenía una distancia de precaución. Pero el tiro me salió por la culata. Esa cosa podía ir más deprisa de lo que iba y a medida que me alejaba, parecía tener mayor ansiedad por cogerme. No fue mucho más rápido, pero fue suficiente el susto como para despistarme y tropezar con mi propio pie, cayendo de espaldas al suelo.
Iban lentos… sí. Pero era increíble cómo esa velocidad pasaba de ser lentitud a alcanzar el Mach 1…
La maloliente y asquerosa bestia se abalanzó contra mí. Arrodillándose, inclinó su fétido cuerpo e intentó sujetarme la cabeza. Pero logré detenerle los brazos de momento mientras lanzaba bocados al aire. Nunca había visto ninguno tan de cerca. Podía oler lo que salía de su podrido esófago… desgraciadamente. ¡Dios qué asquerosidad! Era como oler comida pasada hace meses. No era lo que realmente me preocupaba. Tenía a la muerte delante de mí, intentando arrebatarme mi vida. Y no parecía cansarse. Seguía tan enérgica como cuando me cogió. Yo no… sentía que mis brazos empezaban a fallarme. A mi sangre le costaba llegar a las manos y mantener la fuerte presión. Estaba jodido. Era el fin y esa cosa me iba a devorar. No podía más, por muchos insultos y gritos que lanzaba, no podía más. Y Carl… estaría allí, dolorido, impotente por lo que estaba viendo. Sabía que no teníamos que haber vuelto. Pero ya era tarde. Al menos lo intentamos… Mis fuerzas, tras varios minutos, fallaban casi por completo. No podía más, a pesar de que apretaba los dientes para sacarlas de donde no tenía. No, no podía más… solté sus brazos y dejé de retenerle, dando vía libre a lo que desesperadamente ansiaba. “Que te jodan”, agonicé.

lunes, 18 de abril de 2011

(XXXIII) Quien avisa no es traidor (II)

Quien avisa no es traidor

Nada más vernos se incorporó y alzó los brazos con euforia mientras se echaba hacia atrás. Con un apretón de manos nos saludamos y ante las palabras “no perdamos tiempo” de Carl, subimos al aparato. Joe cogió el cigarrillo con los dedos índice y pulgar. Dio una última calada, terminándolo casi por completo, y lo arrojó al suelo. Lo pisó y exhaló el humo a través de sus fosas nasales. Se pasó la manga por la boca, como si la tuviera manchada y, con una bocanada de aire, dio la vuelta y subió casi de un salto a la cabina, ayudado por sus brazos.
Mientras que la batería movía las hélices para activar el motor, nosotros nos poníamos los cinturones y nos preparábamos para la mayor locura de nuestra vida.
-“¿Estáis, listos, chavales?” – surgió Joe por el megáfono.
-¡Vámonos, viejo! – gritó Carl dando un par de golpes fuertes al metal que nos separaba.
Encendido por fin el aparato, notamos que ya comenzó a moverse lentamente. ¿Logaría despegar? ¿El claro sería suficiente terreno? Qué importaba. Si moríamos allí desde luego sería más digno que en el infierno que nos esperaba.
Durante el viaje, Joe mantenía encendida la emisora permitiéndose escuchar la frecuencia pirateada del ejército. No sé de dónde había salido ese hombre, pero desde luego su aspecto era contrario a su inteligencia. Tal vez buenamente manipulado. Independientemente de eso, nos pasó una conversación a los altavoces entre un helicóptero y la base que merece la pena recordar:
-“Aquí Base a Pájaro dos y Jefe de Escuadrón, tienen permiso para abrir fuego en cuanto vean movimientos extraños. Recuerden: cualquier individuo debe ser exterminado”
-“Recibido, base. Estamos en camino”

-- Al cabo de unos minutos --

-“Jefe de Escuadrón a Base: hemos localizado varios individuos con movimientos sospechosos. Procedemos a abrir fuego…”
-“Recibido, Jefe de Escuadrón, adelante”.
-“Aquí Pájaro dos, hemos hecho blanco en diecisiete individuos. Seguimos rastreando la zona”.
-“Buen trabajo, Pájaro dos…”

-“¡Espere! ¡Se mueven, señor! – habló atónito – Vuelvan a abrir fuego!”
-“Pájaro dos, comunicaron que hicieron blanco, ¿qué está pasando?”
-“Señor, varios individuos se han levantado y otros se arrastran por el suelo. El resto sigue inmóvil”.
-“Haga recuento, teniente”
-“Aquí Jefe de Escuadrón. Diecisiete individuos tocados, nueve de ellos en pie, cinco arrastrándose y tres inmóviles.”
-“Recibido. Fuego a discreción autorizado, pájaro dos”
-“Recibido, señor. ¡Fuego a discreción!

-“Aquí Jefe de Escuadrón. Diecisiete individuos yacen inmóviles en el suelo. Esperamos respuesta”.
-“Buen trabajo, caballeros. Sigan rastreando la zona.”

Carl y yo nos mirábamos asombrados y con un acojone de dos pares de narices.
-“¿Acojona, eh? – nos sorprendió Joe – y eso que no lo habéis oído todo.”
-¡Maldita sea! – golpeé las paredes del aparato - ¿Cómo han podido esas cosas multiplicarse con tanta rapidez?
-Eso intentamos saber, compañero – me intentó tranquilizar.
En todo el viaje, sorprendentemente, no fuimos interceptados por nadie. O al menos, no tuvimos respuesta alguna por megafonía. Según nos contaba Joe, el ejército nos había amenazado varias veces por radio, pero, según él, algo realmente malo estaba pasando para que no hayan mandado a nadie a derribarnos. “Posiblemente creían que el picor de sus bonitos huevos era sólo eso – afirmaba el viejo - y ahora se han dado cuenta que tienen una jodida plaga de ladillas”.
Y con todo, tras varias horas de viaje, y de nuevo, con un tiempo relativamente calmado, aunque nublado y ventoso, llegamos a la zona cero (o eso creíamos). Joder, lo que no esperábamos era encontrarnos con aquello… No sé cuál fue la cara de Joe al ver esa mierda desde dentro, pero desde luego no creo que fuera distinta a la nuestra: “¿¡Pero qué cojones!?”

viernes, 15 de abril de 2011

(XXXII) Quien avisa no es traidor (I)

Quien avisa no es traidor (I)

Con el brazo que sujetaba la escopeta medio temblando, metió el arma, aún con brazadas de humo saliendo del cañón, y cerró la puerta con poca fuerza. Nos miró.
-¿Qué era eso? Tíos, se estaba pudriendo… ¡cojones! ¡Olía a mierda!
-Por lo visto ha sucedido algo que transforma a las personas en esas cosas. Ojalá supiéramos algo más, Larry, pero es todo… Por eso intentamos volver, a mi pesar, a Nome para descubrir algo. Quizá no nos sirva, pero a otros tal vez – intenté argumentarle.
-¿Una enfermedad?... Dios mío… Hace sólo unos días y ha llegado hasta aquí…
-Amigo – continuó Carl – yo mismo he visto cómo un inútil agente se negaba a escucharnos y ha dejado que llevaran a un compañero herido de una de esas cosas al hospital. Allí habrá una carnicería. Y sigue y sigue… no me extraña que estas bestias ya estén por aquí. Han podido pasar mil cosas…
Se mantuvo un silencio durante unos segundos. Larry continuaba fumando un pitillo, que en ningún momento había de fumar. El humo invadía la cabina mientras le mirábamos pensativo, con la vista perdida hacia el contador de velocidad.
-Os llevaré al claro, amigos – rompió el silencio – y que Dios os guíe.
Tras varios largos minutos de silencioso trayecto, sólo roto por las constantes revoluciones del motor, nuestro conductor comenzó a frenar poco a poco hasta detenerse por completo. Se apartó a un lado de la carretera y conectó las luces de emergencia.
-Hemos llegado, amigos. Avanzad unos metros hacia allí – señalaba con el brazo – y llegaréis a un claro. Ese es.
-Gracias, Larry.
-Sí, tío – añadió Carl – Vamos a patear unos culos podridos, nos volveremos a ver.
-Así lo deseo, chavales. Id con Dios.
Nos dimos un fuerte apretón de manos y bajamos del vehículo. En poco tiempo comenzó a avanzar y con el sonido de la bocina se despedía el peculiar Larry Spencer. Estábamos en ese momento ‘encerrados’ en medio de un denso bosque de coníferas. Sólo nos quedaba seguir las indicaciones de nuestro nuevo amigo. De esta forma, sin apenas nada encima, nos adentramos en la dirección que nos indicó. Atravesamos a duras penas y lentamente varias columnas de madera gigantes. También llamadas árboles. A mi amigo le estaba molestando un poco el brazo y no quería que lo forzara demasiado. Estaba recién operado y sería arriesgado hacer una estupidez.
-Sigo pensando que esto es una locura, tío – inicié una conversación con Carl.
-¿Y qué? ¿Crees que lo que hemos visto no es una locura? Imagínate, Jimmy. Ya están aquí. En pocos días… Imagínate entonces lo que sucederá mañana…
A pesar de que seguía con mi idea… en el fondo tenía razón. Intentaba asimilar que si no íbamos, lo peor iba a pasar. Pero… ¡qué cojones! Estaba acojonado, fuera lo que fuera. Si habían llegado solos hasta aquí… no me quería imaginar cómo estaría aquello.
Caminamos durante unos escasos minutos hasta que pudimos ver que la cantidad de árboles por superficie disminuía. Nos encontrábamos ya cerca.
Efectivamente, sólo unos metros más y allí estaba ese enorme claro verdoso, sin árboles en medio. Sólo con un césped de un color tan vivo que casi deslumbraba. Aquello debía ser una zona deforestada hace mucho tiempo. Aunque no había rastro de troncos serrados… quizá fuera simplemente obra de la naturaleza. En cualquier caso, allí estaba lo que andábamos buscando durante nuestro viaje: el pequeño avión blanco posaba sus neumáticos sobre la densidad del césped salvaje mientras soportaban la espalda de un delgado hombre. Ya mayor, con barba canosa y relativamente larga, fumando un pitillo rubio bajo la sombra que proyectaba el ala izquierda en el suelo. Por fin. Habíamos encontrado a Joe.

martes, 12 de abril de 2011

(XXXI) Larry, un tipo peculiar (III)

Larry, un tipo peculiar (III)

Yo mientras lo buscaba sonoramente. Ese sonido, ese infernal jadeo que desprendían aquellas cosas. Pero el ronroneo continuo del motor a ralentí no dejaba oír nada.
-Eh, amigo, ¿necesita ayuda? – preguntaba a voces.
La cabeza giró haciendo gesto a su llamada. Un ojo salido de su cavidad, sujetado sólo por el tendón que quedaba hizo que la adrenalina se inyectara de golpe en mis venas. Presentando leves heridas también en brazos y manos, la figura de lo que parecía ser, o haber sido, un hombre de unos treinta años arrastraba vaga y torpemente sus pies como si de pesadas cadenas se tratasen, rasgando su piel y dejando restos de ella sobre el seco alquitrán.
Larry abrió la puerta y bajó del camión después de lanzar un ‘Dios mío’ con una atónita mirada.
-¡No, Larry, no lo hagas, joder! – gritamos Carl y yo intentando detenerle.
Pero no conseguimos agarrar ninguna parte de su ropa ni de su cuerpo. Bajó muy deprisa. De un salto. El renqueante monstruo, rodeado de moscas por su putrefacción en curso (que en aquel momento nos demostró que eran ‘muertos vivos’) cambió el rumbo y fue hacia el corpulento Larry. Con los brazos extendidos horizontalmente, arrastrando los pies torpemente, como si estuviese cojo, abría la boca hasta su totalidad, pareciendo que iba a deshuesarse la propia mandíbula.
Nuestro querido compañero, impactado y con la boca medio abierta aspirando aire, le decía repetidamente que se detuviera. Cada vez más fuerte que la anterior, y con más miedo.
A menos de un metro de él, los brazos casi le tocaban. Con sus dos manos extendidas, le cogió de los hombros, impidiendo que avanzara. El ser cada vez estaba más furioso. Lanzaba zarpazos al aire sin ningún éxito. Spencer cada vez se ponía más nervioso y el miedo penetraba cada vez más en sus venas. Hizo fuerza entonces contra él y lo echó para atrás. Levantó su brazo derecho y le atestó en la cara un puñetazo que lo tumbó en el suelo, sin posibilidad de poder mantener equilibrio alguno. Corrió entonces hacia la puerta y subió dentro. Espirando a bocanadas, nos decía “me cago en la puta, ¿eso es lo que me habéis contado? ¡Joder, Me quería comer!”.
El muerto se levantó de nuevo y comenzó a caminar hacia la cabina, golpeando y arañando la puerta y destruyendo la pegatina que había de un Sagrado Corazón.
-¿Qué cojones estás haciendo, jodido loco? – gritaba echando perdigones de saliva a través de la ventana – ¡No me jodas!
Nosotros no sabíamos de qué estábamos acojonados: si del no muerto o de Larry.
A pesar de todo, seguía golpeando la puerta del camión desesperadamente. Quería mordernos. O comernos o yo qué sé. Lo que todos los que hemos visto quieren hacer.
Pero Larry nos sorprendió con algo que no esperábamos. Tras haber visto que esa cosa estaba rayando y había destruido algo que para él era muy querido, echó la mano atrás, en la cama que tenía el camión. Debajo del colchón había una escopeta de dos cañones. La cargó con mala leche, se incorporó de lado y abrió la puerta de una patada.
El bicho cayó al suelo de nuevo y, sin que le diera tiempo a levantarse, a grito de “Vete al infierno, cabrón”, disparó el arma contra él, volándole la cabeza y parte del cuerpo, regando con sangre y partes de un vivo y grisáceo cerebro el asfalto, manchando la rueda delantera y parte del chasis.
-¿Decíais que esas cosas ya estaban muertas, no? – preguntó serio mirando hacia atrás.

lunes, 11 de abril de 2011

XXX Larry, un tipo peculiar (II)

Larry, un tipo peculiar (II)

Abrí la puerta del camión y subí el primer escalón de aluminio para ver cómo le iba. Con el micrófono agarrado y la boca a dos centímetros, mientras con su otra mano movía cautelosamente el dial, no paraba de llamar al viejo.
-¿Qué? ¿No hay suerte?
Me lanzó un gesto negativo sin llegar a mirarme directamente volviendo de inmediato a su empeño por localizarle. Estuvimos al menos quince minutos de intento desesperado, pero lo único que se recibió fue una ruda y grave voz que dijo “¡Aquí no hay ningún Joe, cojones!”.
De modo que, con la mirada perdida, dejó el comunicador, que tenía un cable enrollado como el de teléfono, colgado en su sitio. Hizo el gesto de levantarse y, dejándole lado libre, se dispuso a bajar.
Los dos en pie sobre el cemento pulido del surtidor, nos apoyamos sobre la caja del tráiler. Carl, dando una fuerte patada a la enorme rueda, desfogó su ira con una sonora blasfemia.
Pero el sonido de las interferencias de la emisora dentro de la cabina hizo despertar nuestros sentidos. A la vez, como si estuviéramos sincronizados, corrimos a la puerta, la abrí y mi amigo subió de un salto apoyando su mano sobre el asiento. Se sentó, cogió el comunicador y, de nuevo, movió el dial para lograr corregir la señal.
-Joe, ¿eres tú? – preguntó – ¡Vamos, contesta viejo loco!
La señal continuaba siendo igual de distorsionada, pero se podía apreciar una voz de fondo. No obstante, no tardamos demasiado en poder aclararla. ¡Sí que era Joe! La inconfundible música del difunto Jackson era como su documento de identidad: “¿Dónde estáis?”, no cesaba de preguntar.
-Escucha, viejo, estamos en una gasolinera del pueblo donde nos dejaste.
Viejo… puede sonar grosero, pero era una forma cariñosa que tenía Carl de dirigirse al hombre. Era un poco bestia hablando, pero no se lo tomó nunca a mal.
-“Logré aterrizar en un claro de un bosque cercano. A unas 30 millas de donde os dejé…”
-Pero Joe – interrumpí arrebatándole el comunicador a Carl - ¿cómo escapó de los cazas? ¿No decía que le perseguían?
-“Así es, eso creía. Pero los pájaros se desviaron de su trayectoria. En cualquier caso, estoy bien. ¿Podéis llegar hasta aquí?”
- Estás alejado, viejo – continuó mi amigo – intentaremos buscar un modo. Debemos volver a Nome. ¿Te apuntas?
- “¿Lo dudabas, chaval? No te preocupes, por todo esto te haré un descuento” – bromeó – Está bien, avanzad por la carretera principal unas 30 millas. Preguntad por un claro que haya por esa zona. Deberéis hacer autostop…
- Nos las apañaremos, Joe. ¡Nos vemos!
- “Tened cuidado, hijos” – cortó.
Así que, ya teníamos viaje de vuelta. Un busca aventuras medio loco en un avioneta, una ciudad casi polar infestada y dos personas ‘deseando’ ir. Qué locura…
¿Qué íbamos a hacer? ¿Cómo recorreríamos más de 30 millas a pie? Imposible. Pero de nuevo, la sincronización sináptica apareció ante nosotros mientras nos miramos: Larry era nuestro Poker de Ases. Al menos conocíamos a alguien allí.
Entramos en la pequeña cafetería para comentarle nuestra situación. Estaba sentado, con la gorra aún puesta, como si fuera una continuación de su cráneo, tomando un café acompañado de un gigante croissant recubierto con una película de miel. Nos sentamos frente a él, en el típico sillón rojo de polipiel.
-¡Eh, chavales! ¿ya habéis terminado? ¿Os apetece tomar algo?
-No, Larry, gracias, colega – inició la conversación Carl – Queríamos preguntarte algo… ¿Vas a ir por esta carretera cuando sigas con tu viaje?
-Sí, claro, ¿por qué lo preguntas?
-Verás, necesitamos ir a un lugar a 30 millas de aquí. Nos preguntábamos si…
-¡Eso está hecho, amigos! – interrumpió eufórico – Dejad que termine de tomar mi tentempié y nos marchamos.
-Gracias, Larry – añadió.
-Y dedicme… ¿a dónde vais? Si lo puedo preguntar, claro…
-Pues tenemos que ir a un claro que está cerca de la carretera, a unas 30 millas de aquí.
-¿En el bosque de Forestdump? ¡Ah! – sonrió mostrando su blanca dentadura – no tiene pérdida. No hay problema, chavales.
Larry, al cabo de pocos minutos, dio un golpe en la mesa a modo de ‘¡vámonos!’, se levantó y pagó la cuenta con un beso en la mejilla a la camarera. Por lo visto era su forma de decir ‘gracias’ en estos lugares. Salimos de la cafetería y nos dirigimos al camión. Nos abrió la puerta del copiloto y subió él por el otro lado. El interior de la cabina era cuanto menos curiosa: decenas de estampas de Jesús, un rosario colgando de la guantera de arriba, oraciones varias… Una capilla andante en definitiva.
Arrancado el camión con suavidad, Larry pisó el acelerador y, despidiendo los tubos de escape un humo negrizo, el tráiler comenzó a rodar incorporándose en la carretera, camino a nuestro destino.
La verdad es que el típico silencio sepulcral que reinaba cuando se estaba con desconocidos no estuvo presente en nuestro caso. Larry comenzó a preguntarnos de dónde éramos, qué hacíamos allí, a dónde íbamos… Parecían preguntas hechas a propósito, típicamente religiosas, pero no, nada de eso.
En definitiva, le comentamos todo lo que nos pasó. Quién era yo, quién era mi amigo Carl y qué nos había llevado hasta Canadá. Todo el tema de los monstruosos seres, los incidentes en el laboratorio, los continuos viajecitos en avión… Era un tipo que hablaba mucho, pero le gustaba escuchar. Mas se dedicó casi todo el camino a reír. Básicamente no creía una palabra de lo que le comentábamos. Así fue, hasta que relacionamos las noticias que habían dado por televisión y radio (seguramente censuradas) con los acontecimientos que tuvimos. Aunque su risa cesaba por momentos, no acababa de comprenderlo del todo.
-A ver… ¿me estáis diciendo que hay gente muerta que vive? O sea, ¿resucitados? – preguntaba mirando la carretera.
-Algo así, pero no es la resurrección que tenemos concebida… es algo… ni siquiera sé lo que es.
-¡Realmente sois unos tipos curiosos, chavales! – reía alegremente.
Mientras nos resignábamos nosotros, en el horizonte de la carretera, una figura vertical asomaba inmóvil. Estábamos a unas 20 millas ya del pueblo. Larry, mientras, soltaba el acelerador del tráiler.
-Parece que hay alguien allí, ¿la veis?
La peor situación del mundo estaba pasando por mi mente a modo de imaginación. La respiración se me paralizaba por momentos y casi podía notar los ataques de ansiedad que querían hacerse mostrar.
-Un autoestopista, seguramente. Hay muchos por estas zonas tan boscosas… Senderistas aficionados… creen que saben lo que hacen y luego acaban en calzoncillos… - hablaba nuestro piloto con un acento un tanto crítico.
Cada vez nos acercamos más hacia esa figura. Desde esta distancia, parecía apreciarse una persona vestida con un chaleco y unos pantalones largos, con un gorro y varios bultos en la cintura. Suponíamos que serían diferentes utensilios de supervivencia. Larry situó el camión por el arcén y conectó las luces de emergencia. Decía que no tenía ganas de parar, pues tenía que llevarnos lo antes posible, pero podía ser alguien que realmente lo necesitara.
-¿Por qué narices está en medio de la carretera? – tocaba la sonora bocina.
Los pájaros salían del interior de los árboles por donde pasábamos. El camión iba cada vez más lento. Las ruedas casi podían salirse del límite de asfalto y la persona seguía de espaldas a nosotros, como si hubiera visto una aparición. Inmutable. Carl, irónicamente blanco, me miraba con sus ojos saltones. Los dos nos temíamos lo peor. Larry bajó la ventanilla. Seguía sin mirarnos, a diezmetros del camión, en medio de la carretera, bajo el quemado codo izquierdo de Larry.

jueves, 7 de abril de 2011

(XXIX) Diciembre. Larry, un tipo peculiar.

Larry, un tipo peculiar

-Ese loco usaba mucho la emisora… tal vez podríamos contactar con él.
-El problema es que no tenemos nada para hacerlo – me adelanté – De todos modos. ¿Y si no lo consiguió?
-Tío, eres experto en joderme el día, ¿eh? Déjame pensar, enano.
Estuvimos un buen rato parados en la misma calle en la que nos encontramos. Apoyados a un poste de la luz y con el escaso, aunque bienvenido calor del Sol, el día pasaba tranquilamente como cualquiera. La pequeña ciudad parecía seguir con su rutina de siempre. La gente caminaba, realizaba sus compras, acudía al trabajo, las obras continuaban… Aunque nosotros no teníamos la misma idea. Sentía que no volvería a ver estas cosas tan normales en mucho tiempo.
-A ver – volvía  a hablar – se fue hacia el Sur…
-Carl, te propongo que vayamos a tomar algo rápido y, relativamente tranquilos, decidimos lo que hacer.
-Me parece bien, colega.
A pesar de que no había ni una nube, el frío nos estaba helando ya la punta de los dedos. Pasamos a un bar de desayunos y pedimos algo para entrar en calor.
-En el caso de que encontremos una emisora, ¿sabes en qué canal se suele poner? Quizá esté demasiado lejos…
-Sí, sí. Sé el canal pero… ¡coño, a sé!
-¿Qué?
-Podemos ir a un restaurante de carretera. Allí seguro que paran muchos camiones. ¡Tío, soy un genio!
De modo que, con la arrogancia de Carl cargando todo el camino, pagamos la cuenta y corrimos a toda prisa a lo que sería la principal vía de salida del pueblo. Era pequeño pero aun así debía de tener algo parecido. Una gasolinera, un motel… no sé. Suerte que era de día y podíamos tomárnoslo con calma.
Tras caminar más de tres kilómetros atravesando calles y charlando de nuestras ‘aventuras’ de cuando éramos pequeños, llegamos a un motel-gasolinera cuyo camino nos lo había indicado un amable muchacho.
No sabía si abrazarle o darle una colleja, pero el cabrón acertó: había tres camiones repostando en el surtidor. Eso sí que era suerte. Y ahora que escribo esto, qué estúpido. ¡Joder! ¿Contento y suerte de qué? ¿De volver al laboratorio? Creo que la euforia de Carl se me pegaba por momentos…
Mientras mi amigo corría como un despavorido hacia un MACK rojo pasión con una caja blanca y un icono de una empresa transportadora de alimentos, todo ello sobre la matrícula “¿qué tal conduzco”; yo caminaba hacia él también, mas a un ritmo mucho más lento.
El camionero, recio, velludo, con una gorra de merchandising de la marca del camión y con el corte de Sol en el antebrazo, bajó ante la llamada del muchacho de color. Con el dedo moviendo el rubio bigote, que le caía hasta casi la barbilla, mientras se enrrollaba en ellos, sinrió. Le dio una palmada en la parte delantera del hombro. Y riendo, invitó a mi amigo a subir a la cabina con un energético movimiento de brazo, cual albañil indicando a la grúa que suba los materiales. Le cerró la puerta y esperó abajo.
Yo me acerqué al corpulento hombre. Cuanto más cerca estaba, más grande era. Con unos vaqueros sobrados y una camiseta ajustada, mostraba una calma imperturbable mientras fumaba un cigarrillo. Estaba claro que como le provocara y me quisiera zurrar, me enterraría la cabeza debajo del asfalto de un solo golpe.
-Hola… buenos días.
-Hola, chaval – saludó con tono recio.
-Le agradezco que haya dejado a mi amigo comunicarse desde su camión…
-¡Ah! ¿Así que tú eres amigo de ‘Chals’? – lanzó una sonrisa eufórica.
-¿Chals?... ¿Carl?
-Sí, sí, eso, Carl. ¡Soy un patán para los nombres! – gritó a carcajadas mientras me echaba hacia atrás con un golpe en el hombro, sintiendo que me habría roto la clavícula. – Nada, chaval, no te preocupes. Estamos aquí para ayudarnos, era lo que Jesús hubiera hecho, ¿no?
-Je… ¿Jesús? – pregunté.
-Sí, sí, Jesús. Echa un vistazo por el parabrisas – me guiñó un ojo.
Giré la cabeza, di un par de pasos para comprobar lo que me quería decir: A parte de la silueta de mi querido compañero, había decenas de fotografías, dibujos, incluso figuritas cabezonas con muelle de Jesús.
-Es muy… artístico – añadí.
-Me gusta tenerlo a mi lado. ¿Qué mejor lugar que en la carretera? Bueno, chaval - cambió de tema - Voy a tomar algo para despejarme. Cuando acabéis, cerrad la puerta. Y si queréis tomar algo, estaré en la cafetería – extendió el brazo para ofrecerme un apretón de manos.
-Se lo agradezco mucho…
-¡Spencer, Larry Spencer! ¡Ten, mi tarjeta, chaval!
-Gracias Larry. Encantado, de verdad.
Una tarjeta un tanto peculiar. Sólo venía su nombre y el canal de emisora en el que solía estar. El bigotudo y modesto, aunque corpulento Larry, se fue hacia la puerta de la cafetería dando varias zancadas. Me cayó bien. Y no sólo porque nos había ayudado, sino que parecía un buen tipo. La verdad es que es de la clase de personas de las que te alegras de estar con ellas cuando el portero de la discoteca no te deja entrar dentro.

lunes, 4 de abril de 2011

¡Ya tenemos nuevo fondo!

Lo he hecho a raticos en un par de días. Intentaré ir cambiado de fondo conforme vaya cambiando la historia. Lo subo para que lo podáis ver entero.

¡Un saludo, gente!

viernes, 1 de abril de 2011

(XXVIII) Diciembre. Compañeros de juergas.

Compañeros de juergas

-Jimmy, tío, llámame como quieras. Pero tenemos que volver a Nome – me hablaba mientras caminamos.
-¿Tú estás bien? – me detuve - ¿Desde cuándo te ha florecido ese pensamiento tan oportuno?
-Pienso que allí nos hemos podido dejar algo… - pensaba.
-No, Carl, no. No pienso volver a aquel lugar – le negaba sin oírle – Mira, lo mejor es que cojamos un avión hasta Nueva York y volvamos.
-¡Vamos a ver nene! – me gritó realmente enfadado cogiéndome fuertemente de los hombros - ¿¡Crees que tengo ganas de volver a ver a esa mierda!? ¿Crees que no sé lo que hay y lo que puede haber empeorado? Tú lo has visto. – Se tranquilizó - Esa puta mierda ha llegado hasta aquí en poco más de tres días. Tal vez la gente con la que estuviste dejó algo. Unos papeles, investigaciones, qué coño sé. Lo que sí sé, enano, es que nuestra única oportunidad de saber algo y parar esta jodida pesadilla es yendo allí.
-¿Y qué piensas hacer, valiente? – me situé delante de él – ¿Cogemos una M60 y entramos por la puerta grande? Además, los militares ya habrán ido a peinar la zona.
-Peinar, peinar. ¿Y si les ha pasado lo mismo que los maderos que han entrado al centro médico? Ellos no saben las intenciones de los científicos, ni de tu profesor. Tú sí. Le conoces, podría haber dejado algo.
-No, Carl, no. No me vas a convencer. Me niego a volver allí. Punto. Nos vamos a Nueva York.
Después de responderle con descaro, me atestó un puñetazo en la mejilla derecha. No me hizo mucho daño. Sé que se controló. Si mi buen amigo me hubiera mostrado su fuerza me habría quedado en el suelo en aquel momento para siempre.
-¿Y qué hacemos, gilipollas? – continuó gritando - ¿Nos vamos a nuestras casitas y esperamos a que vengan esas cosas a llamar a la puerta? Mira, estoy yo más cagado que tú, pero no voy a dejar que esos mierdas me impidan irme a jugar al baloncesto los sábados con los colegas. ¿Estamos?
-Lo entiendo perfectamente… pero no pienso ir. Si quieres salvar a la humanidad, ve tú. Me voy con mi familia.
Carl mantuvo silencio durante unos larguísimos segundos. Me miraba de arriba abajo y de sus ojos se podía apreciar emerger lágrimas, sin llegar a caer por el lagrimal.
-Como quieras, hermano. Iré yo solo. Si me pasa algo – se daba la vuelta mientras hablaba y se alejaba – recuerda que el tío Carl ya no estará esas tardes en el taller de Nueva York. Te quiero, tío – levantó el brazo a modo de despedida sin girarse.
El frío sol de Diciembre dibujaba una larga sombra del perfil de Carl y mío. Yo estaba inquieto e inseguro. Me di la vuelta y caminé en sentido contrario a él, convenciéndome de que estaba loco. Era lo mejor. Lo ideal era volver a Nueva York cuanto antes y estar con los que te necesitan. Si lo malo tiene que venir, al menos estaría allí. Su sombra se alejaba y su figura se perdía en las calles. Me apoyé en una pared. No sabía a dónde ir, realmente. La conversación con él me dejó algo perdido. Si volvía a casa, esas cosas nos invadirían. Si regresábamos al laboratorio, estaríamos muertos. Decisiones como a Carl le gustan. “Los que me necesitan”, pensé. De qué me sirve decir eso si el mejor amigo que he tenido nunca me necesita ahora y no le hago caso… Joder. Maldita sea, coño. Ese jodido cabrón juega fuerte y gana. Será posible. “Jodido loco”, reía, “a tomar por culo…”.
Me di la vuelta y grité su nombre. No estaba. Lo había perdido. No debía estar muy lejos, ¡joder! Corrí en la dirección en que se fue mientras continuaba llamándole. Crucé dos calles. Nada. “A saber en qué dirección se ha ido”, me decía en voz alta.
Tercera calle, nada. Acabé por ir caminando. El final del camino terminaba y había que ir a izquierda o derecha. Pero no me hizo falta saberlo. Al mirar a la derecha no había nadie. Genial. Cuando giré la cabeza para mirar a la izquierda, a menos de un metro de mí, ahí estaba: la cara sonriente, pícara y jodidamente odiosa a partir de aquel momento de Carl.
-Sabía que vendrías – sonrió de oreja a oreja.
-Eres un jodido psicópata – le empujé mientras reía.
Me dio un abrazo y con dos fuertes palmadas en la espalda, nos detuvimos para planear cómo cojones íbamos a volver allí. Supuestamente contábamos con Joe, pero… ¿dónde coño estaba?