Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




viernes, 1 de abril de 2011

(XXVIII) Diciembre. Compañeros de juergas.

Compañeros de juergas

-Jimmy, tío, llámame como quieras. Pero tenemos que volver a Nome – me hablaba mientras caminamos.
-¿Tú estás bien? – me detuve - ¿Desde cuándo te ha florecido ese pensamiento tan oportuno?
-Pienso que allí nos hemos podido dejar algo… - pensaba.
-No, Carl, no. No pienso volver a aquel lugar – le negaba sin oírle – Mira, lo mejor es que cojamos un avión hasta Nueva York y volvamos.
-¡Vamos a ver nene! – me gritó realmente enfadado cogiéndome fuertemente de los hombros - ¿¡Crees que tengo ganas de volver a ver a esa mierda!? ¿Crees que no sé lo que hay y lo que puede haber empeorado? Tú lo has visto. – Se tranquilizó - Esa puta mierda ha llegado hasta aquí en poco más de tres días. Tal vez la gente con la que estuviste dejó algo. Unos papeles, investigaciones, qué coño sé. Lo que sí sé, enano, es que nuestra única oportunidad de saber algo y parar esta jodida pesadilla es yendo allí.
-¿Y qué piensas hacer, valiente? – me situé delante de él – ¿Cogemos una M60 y entramos por la puerta grande? Además, los militares ya habrán ido a peinar la zona.
-Peinar, peinar. ¿Y si les ha pasado lo mismo que los maderos que han entrado al centro médico? Ellos no saben las intenciones de los científicos, ni de tu profesor. Tú sí. Le conoces, podría haber dejado algo.
-No, Carl, no. No me vas a convencer. Me niego a volver allí. Punto. Nos vamos a Nueva York.
Después de responderle con descaro, me atestó un puñetazo en la mejilla derecha. No me hizo mucho daño. Sé que se controló. Si mi buen amigo me hubiera mostrado su fuerza me habría quedado en el suelo en aquel momento para siempre.
-¿Y qué hacemos, gilipollas? – continuó gritando - ¿Nos vamos a nuestras casitas y esperamos a que vengan esas cosas a llamar a la puerta? Mira, estoy yo más cagado que tú, pero no voy a dejar que esos mierdas me impidan irme a jugar al baloncesto los sábados con los colegas. ¿Estamos?
-Lo entiendo perfectamente… pero no pienso ir. Si quieres salvar a la humanidad, ve tú. Me voy con mi familia.
Carl mantuvo silencio durante unos larguísimos segundos. Me miraba de arriba abajo y de sus ojos se podía apreciar emerger lágrimas, sin llegar a caer por el lagrimal.
-Como quieras, hermano. Iré yo solo. Si me pasa algo – se daba la vuelta mientras hablaba y se alejaba – recuerda que el tío Carl ya no estará esas tardes en el taller de Nueva York. Te quiero, tío – levantó el brazo a modo de despedida sin girarse.
El frío sol de Diciembre dibujaba una larga sombra del perfil de Carl y mío. Yo estaba inquieto e inseguro. Me di la vuelta y caminé en sentido contrario a él, convenciéndome de que estaba loco. Era lo mejor. Lo ideal era volver a Nueva York cuanto antes y estar con los que te necesitan. Si lo malo tiene que venir, al menos estaría allí. Su sombra se alejaba y su figura se perdía en las calles. Me apoyé en una pared. No sabía a dónde ir, realmente. La conversación con él me dejó algo perdido. Si volvía a casa, esas cosas nos invadirían. Si regresábamos al laboratorio, estaríamos muertos. Decisiones como a Carl le gustan. “Los que me necesitan”, pensé. De qué me sirve decir eso si el mejor amigo que he tenido nunca me necesita ahora y no le hago caso… Joder. Maldita sea, coño. Ese jodido cabrón juega fuerte y gana. Será posible. “Jodido loco”, reía, “a tomar por culo…”.
Me di la vuelta y grité su nombre. No estaba. Lo había perdido. No debía estar muy lejos, ¡joder! Corrí en la dirección en que se fue mientras continuaba llamándole. Crucé dos calles. Nada. “A saber en qué dirección se ha ido”, me decía en voz alta.
Tercera calle, nada. Acabé por ir caminando. El final del camino terminaba y había que ir a izquierda o derecha. Pero no me hizo falta saberlo. Al mirar a la derecha no había nadie. Genial. Cuando giré la cabeza para mirar a la izquierda, a menos de un metro de mí, ahí estaba: la cara sonriente, pícara y jodidamente odiosa a partir de aquel momento de Carl.
-Sabía que vendrías – sonrió de oreja a oreja.
-Eres un jodido psicópata – le empujé mientras reía.
Me dio un abrazo y con dos fuertes palmadas en la espalda, nos detuvimos para planear cómo cojones íbamos a volver allí. Supuestamente contábamos con Joe, pero… ¿dónde coño estaba?

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