Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




viernes, 15 de abril de 2011

(XXXII) Quien avisa no es traidor (I)

Quien avisa no es traidor (I)

Con el brazo que sujetaba la escopeta medio temblando, metió el arma, aún con brazadas de humo saliendo del cañón, y cerró la puerta con poca fuerza. Nos miró.
-¿Qué era eso? Tíos, se estaba pudriendo… ¡cojones! ¡Olía a mierda!
-Por lo visto ha sucedido algo que transforma a las personas en esas cosas. Ojalá supiéramos algo más, Larry, pero es todo… Por eso intentamos volver, a mi pesar, a Nome para descubrir algo. Quizá no nos sirva, pero a otros tal vez – intenté argumentarle.
-¿Una enfermedad?... Dios mío… Hace sólo unos días y ha llegado hasta aquí…
-Amigo – continuó Carl – yo mismo he visto cómo un inútil agente se negaba a escucharnos y ha dejado que llevaran a un compañero herido de una de esas cosas al hospital. Allí habrá una carnicería. Y sigue y sigue… no me extraña que estas bestias ya estén por aquí. Han podido pasar mil cosas…
Se mantuvo un silencio durante unos segundos. Larry continuaba fumando un pitillo, que en ningún momento había de fumar. El humo invadía la cabina mientras le mirábamos pensativo, con la vista perdida hacia el contador de velocidad.
-Os llevaré al claro, amigos – rompió el silencio – y que Dios os guíe.
Tras varios largos minutos de silencioso trayecto, sólo roto por las constantes revoluciones del motor, nuestro conductor comenzó a frenar poco a poco hasta detenerse por completo. Se apartó a un lado de la carretera y conectó las luces de emergencia.
-Hemos llegado, amigos. Avanzad unos metros hacia allí – señalaba con el brazo – y llegaréis a un claro. Ese es.
-Gracias, Larry.
-Sí, tío – añadió Carl – Vamos a patear unos culos podridos, nos volveremos a ver.
-Así lo deseo, chavales. Id con Dios.
Nos dimos un fuerte apretón de manos y bajamos del vehículo. En poco tiempo comenzó a avanzar y con el sonido de la bocina se despedía el peculiar Larry Spencer. Estábamos en ese momento ‘encerrados’ en medio de un denso bosque de coníferas. Sólo nos quedaba seguir las indicaciones de nuestro nuevo amigo. De esta forma, sin apenas nada encima, nos adentramos en la dirección que nos indicó. Atravesamos a duras penas y lentamente varias columnas de madera gigantes. También llamadas árboles. A mi amigo le estaba molestando un poco el brazo y no quería que lo forzara demasiado. Estaba recién operado y sería arriesgado hacer una estupidez.
-Sigo pensando que esto es una locura, tío – inicié una conversación con Carl.
-¿Y qué? ¿Crees que lo que hemos visto no es una locura? Imagínate, Jimmy. Ya están aquí. En pocos días… Imagínate entonces lo que sucederá mañana…
A pesar de que seguía con mi idea… en el fondo tenía razón. Intentaba asimilar que si no íbamos, lo peor iba a pasar. Pero… ¡qué cojones! Estaba acojonado, fuera lo que fuera. Si habían llegado solos hasta aquí… no me quería imaginar cómo estaría aquello.
Caminamos durante unos escasos minutos hasta que pudimos ver que la cantidad de árboles por superficie disminuía. Nos encontrábamos ya cerca.
Efectivamente, sólo unos metros más y allí estaba ese enorme claro verdoso, sin árboles en medio. Sólo con un césped de un color tan vivo que casi deslumbraba. Aquello debía ser una zona deforestada hace mucho tiempo. Aunque no había rastro de troncos serrados… quizá fuera simplemente obra de la naturaleza. En cualquier caso, allí estaba lo que andábamos buscando durante nuestro viaje: el pequeño avión blanco posaba sus neumáticos sobre la densidad del césped salvaje mientras soportaban la espalda de un delgado hombre. Ya mayor, con barba canosa y relativamente larga, fumando un pitillo rubio bajo la sombra que proyectaba el ala izquierda en el suelo. Por fin. Habíamos encontrado a Joe.

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