Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




lunes, 25 de abril de 2011

(XXXIV) Quien avisa no es traidor (III)

¡Hola! Perdón por la tardanza en postear. La Semana Santa me ha quitado bastante tiempo y no he pidodo conectarme antes. Pero como compensación, la entrada es doblemente larga xD
Espero que os guste!

Quien avisa no es traidor (III)

Desde las ventanas se podía ver perfectamente lo que fue nuestro centro de investigación… con una pequeña diferencia. Estaba medio derribado. Los agujeros de infinitas balas adornaban los muros exteriores que aún quedaban en pie. Restos de sangre en el suelo, soldados derribados, vehículos militares abandonados… Todo un espectáculo de bienvenida nos esperaba en tierra mientras todavía sobrevolábamos a baja altura las inmediaciones. ¡Joder!
Finalmente tomamos tierra en una carretera cercana al laboratorio.
-“Chavales, coged un arma y un par de cargadores. Están en la taquilla de vuestra izquierda. Yo bajaré e investigaré los alrededores”.
-Joe, no creo que sea buena idea que bajes – le respondió Carl.
-“Eh, no he venido aquí para fumar aquí dentro. No te preocupes, está controlado.”
-Como quieras, viejo. Nosotros vamos al laboratorio. Nos llevamos un comunicador. Vamos, tío – me dio una palmada en el hombro.
Bajamos del aparato y el albedo provocado por la reflexión de la luz sobre la nieve nos cegó durante un instante. Cuando la vista se nos acostumbró, un escalofrío volvía a recorrer todo mi cuerpo de pies a cabeza. Dios… estábamos allí otra vez. Un mecánico con una PT 90 y un estudiante que necesitaba cambiarse de ropa.
Las coníferas ya presentaban un aspecto extraño. Parecía que se estaban secando. Y el pueblo… bueno, si se podía considerar así, estaba prácticamente demolido. Se notaba que los servicios militares habían dejado su rastro por esa zona y, desgraciadamente, la situación de sus vehículos no denotaba nada bueno. Caminamos sigilosamente haciendo notar únicamente el sonido de la nieve comprimida por el calzado. A nuestro alrededor sólo había escombros, restos de casquillos casi cubiertos por la nieve y… Dios… odio recordar esto… Encontramos un todoterreno del ejército de los EEUU volcado en medio de la calle. Nuestra idea en ese momento era conseguir armas y munición. Toda precaución era poca y el interior de ese vehículo estaría provisto de lo que buscábamos.
Carl apoyó el pie en una rueda, que casi le llegaba al cuello, y tomando aire, se impulsó para dejar su cuerpo apoyado en una pierna, mientras esta descansaba sobre la rueda. Con la mano herida sujetando el arma, apuntaba nervioso en el interior del 4x4. Cuál fue su cruel destino, que sin poder reaccionar antes, una mano agarró el arma provocando que apretara el gatillo por el sobresalto. La bala se silenció con un sonido metálico en la puerta. Pero eso no era lo peor, por desgracia. El atronador rugido de la pistola se dispersó como el cantar de los delfines en el océano. Parecía que estábamos dentro de un teatro. Tenía la sensación de que hasta en Nueva York se había podido percibir. Era tal el sepulcral silencio que reinaba… ¡Maldita sea nuestra suerte!
Carl, llevado ahora por los nervios y el instinto, activado por la adrenalina; soltó la PT 90 y dio un salto hacia atrás, cayendo de espaldas contra el frío, aunque amortiguador suelo cubierto de nieve. Corrí para ayudarle a levantarse.
-Tío, ¿qué te ha pasado?
A pesar de la increíblemente baja temperatura que se nos echaba encima, Carl estaba sudando como un pollo asado.
-Ahí hay algo, nene. ¡Joder! – se quejaba dolorido – mi brazo…
-Tranquilo, no te muevas…
Con un sonoro manotazo, la mano que agarró el arma de Carl se apoyó sobre la puerta cerrada del conductor a través del hueco de la resquebrajada ventanilla. La piel, en estado de putrefacción, se iba quedando en las afiladas puntas de un cristal destrozado mientras leves surcos de sangre comenzaban a fluir por ella. Un color amarillento era el que presentaba… joder, no puedo describir la impotencia que sentía en aquel momento. Conforme iba mostrándose, se podía apreciar el uniforme de aquel hombre. Un marine. Un hombre joven, aparentemente. Y enviado por alguien insensato para meterse en la boca del lobo mientras otros se calentaban cómodamente en sus despachos. No me quiero imaginar cómo terminó, pero la impresionante mandíbula hablaba por sí sola. Una mandíbula inferior sin nada de piel, colgando y sólo sujetada al maxilar superior por unos débiles tendones. Es como la típica figura de la muerte… mirándonos a la cara y sin intención de detenerse. Y estábamos sin arma… qué situación.
-¡Nene, no te quedes ahí parado, joder!
-¡Te lo dije, sabía que no era buena idea venir, coño! ¡Tenemos que volver al avión!
-¡Calla y escucha! – me voceó – Voy a atraer a esa cosa. Rodéalo y ve a por el arma.
-¿¡Qué!?
-¡Mira, no me toques los cojones ahora ¿eh!? ¡Ve!
Mientras la criatura, con un aspecto macabro y jodidamente muerto, salía del todoterreno, yo empecé a alejarme de Carl en círculo. Pero esa cosa no me quitaba los ojos de encima. Pasaba de mi amigo. Me quería a mí…
-No funciona, Carl, viene a por mí… - le susurraba irritado.
-Responden a los movimientos… - recapacitaba - Detente, a ver qué pasa.
-¿Dónde te crees que estamos, loco? – me frustraba.
-Tú hazlo.
Haciéndole caso, me paré y me quedé como él estaba. La teoría de Carl era cierta: responden a los movimientos… pero eso no es lo peor. La criatura no se detuvo a pensar en nada y se dirigió a mi vagueando. Pero giró la cabeza y vio a mi compañero. Se detuvo y al ver, supuse, que estaba más cerca, cambió la dirección y fue hacia él. Esos bichos no son tontos y no tienen un punto único de visión… Hay que joderse.
Al ver que nuestro experimento no funcionaba, comencé también a caminar para llamar su atención. Pero al parecer estaba muy centrado ya en su objetivo y se acercaba lentamente hacia él. Arrastrando las botas militares desabrochadas, con los brazos extendidos e intentando soltar ese sordo grito, avanzaba imbatible.
Desesperado y con el corazón a cien, di un grito mientras pretendía hacerle venir. Y resultó. Me acerqué un poco más y se decidió por mí. Yo me alejaba a la velocidad que él se acercaba mientras mantenía una distancia de precaución. Pero el tiro me salió por la culata. Esa cosa podía ir más deprisa de lo que iba y a medida que me alejaba, parecía tener mayor ansiedad por cogerme. No fue mucho más rápido, pero fue suficiente el susto como para despistarme y tropezar con mi propio pie, cayendo de espaldas al suelo.
Iban lentos… sí. Pero era increíble cómo esa velocidad pasaba de ser lentitud a alcanzar el Mach 1…
La maloliente y asquerosa bestia se abalanzó contra mí. Arrodillándose, inclinó su fétido cuerpo e intentó sujetarme la cabeza. Pero logré detenerle los brazos de momento mientras lanzaba bocados al aire. Nunca había visto ninguno tan de cerca. Podía oler lo que salía de su podrido esófago… desgraciadamente. ¡Dios qué asquerosidad! Era como oler comida pasada hace meses. No era lo que realmente me preocupaba. Tenía a la muerte delante de mí, intentando arrebatarme mi vida. Y no parecía cansarse. Seguía tan enérgica como cuando me cogió. Yo no… sentía que mis brazos empezaban a fallarme. A mi sangre le costaba llegar a las manos y mantener la fuerte presión. Estaba jodido. Era el fin y esa cosa me iba a devorar. No podía más, por muchos insultos y gritos que lanzaba, no podía más. Y Carl… estaría allí, dolorido, impotente por lo que estaba viendo. Sabía que no teníamos que haber vuelto. Pero ya era tarde. Al menos lo intentamos… Mis fuerzas, tras varios minutos, fallaban casi por completo. No podía más, a pesar de que apretaba los dientes para sacarlas de donde no tenía. No, no podía más… solté sus brazos y dejé de retenerle, dando vía libre a lo que desesperadamente ansiaba. “Que te jodan”, agonicé.

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