Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




miércoles, 18 de mayo de 2011

(XLI) Camino al infierno (VI)

Camino al infierno (VI)

Con el borde del cañón apoyado sobre la mesa y su ojo alineado con la pequeña y oxidada mirilla de la AK-47, Carl reposaba tranquilo, serio e inalterable ante la inquietante situación. Yo, por mi parte, dejaba asomar levemente los párpados superiores. Lo suficiente como para echar un rápido vistazo a lo que pudiera venir.
Sin palabras, rebosantes de sudor por todas partes, respirando incluso por la boca para no hacer nada de ruido. Sólo podía apreciarse lo exterior…
Pasos, pasos que se arrastraban y movían los escombros. Choques continuos con numerosos objetos que había de por medio... Carl me miró y me sonrió.
-No te preocupes, colega – me guiñó un ojo - Estamos preparados.
Le admiro por todo lo que intentaba hacer para tranquilizarme, pero no podía evitar ocultar que ni él mismo se lo creía.
Algo apareció por el borde de la entrada al laboratorio. Carl frunció el ceño y acarició el gatillo con el dedo índice.
-¿James? ¿Carl? – se oía un susurro - ¿Estáis ahí?
-¿Pero qué coño? – me habló gesticulando con la boca.
Arriesgamos un poco revelando nuestra posición para llevarnos finalmente las manos a la cabeza. No sé si de gusto o disgusto. El jodido Joe posaba valentón bajo la entrada con una mano en la cintura sujetando una pequeña mochila y la otra portando un llamativo y ensuciado lanzacohetes AT-4 sobre su hombro derecho.
-Parece que el patio se ha revolucionado, ¿eh? – mascaba tabaco.
-¡Maldito cabrón! Creíamos que eras decenas de esas cosas. ¡Podría haber disparado, gilipollas! – tiró el arma al suelo.
-No hace falta que me des las gracias – sonrió – No es conveniente que sigamos aquí. Hay más de esas cosas viniendo hacia nosotros.
-Genial, esto es genial. ¡Tú y tus jodidos misiles nos han delatado!
-Permíteme decirte, querido amigo, que acabo de eliminar a decenas de esas cosas gracias a esta preciosidad – miró hacia arriba a modo de evasión - Bueno, al menos no pueden moverse demasiado.
-Carl – le cogí del hombro – de una forma u otra, teníamos que salir de aquí. Joe nos ha facilitado mucho las cosas.
-Lo sé, Jimmy. Es una mezcla entre rabia y regocijo. Pero sí, aprovecharemos esto. Viejo – se dirigió a él - ¿podemos llegar a la avioneta?
-Me temo que podríamos llegar allí siendo parte de su estirpe.
-¿Qué quieres decir? – pregunté.
-Chico, para ser aspirante a físico eres algo corto. Quiero decir que aquello está infestado y no se están alejando precisamente.
-Maldita sea, viejo. Tú y tus petardos…
-Vámonos – añadí - Discutiremos por el camino, nenas.
-Está bien, seguidme – gesticuló Joe con la mano.
-Espera, espera. Jimmy, ¿llevas la tarjeta?
-Sí, no te preocupes – me aseguré palpando el bolsillo.
Comparando la velocidad que entramos con la que salimos, parecía que teníamos varios toros detrás de nosotros. Al salir pudimos ver la destrucción y devastación que había dejado este jodido loco. El muro por el que entramos (vamos, el de la habitación de las literas) estaba totalmente derribado. Los vehículos volcados por las explosiones y, lo peor, la carnicería que había montado nos daba la bienvenida de nuevo al exterior. La escalofriante postal era pavorosa: La sangre teñía la pureza de la blanca nieve con numerosos cadáveres intentando asesinarnos con toda su rabia. Es como si pidieran venganza a gritos. Sus mandíbulas estaban tan abiertas que los tendones de muchos de ellos se habían desgarrado repulsivamente.  Decenas de esas criaturas despedazadas, con extremas y sobrecogedoras amputaciones. Sus cabezas, algunas solitarias, pedían nuestra sangre. Otros intentaban alcanzarnos mientras se arrastraban con su único brazo, o su medio cuerpo, o intentando inútilmente levantarse mientras se apoyaban sobre su fracturado fémur…
-Tío… ¿qué has hecho?
-La pregunta es – interrumpí - ¿cómo ha podido hacer esto él solo y no todo un ejército?
-Jim, eran unos cuantos. Aquí hay secuelas de una jodida batalla contra el diablo…
-Demasiadas preguntas para no tener ni puta idea – nos metió prisa mi amigo – debemos irnos.
Y así, bajo el relativo abrigo que nos ofrecían las nubes de Alaska, caminamos, sumidos en una eterna y amena conversación, hacia el norte en busca de nuestra próxima respuesta

1 comentario:

  1. Hola, Jesús!

    Disculpa éste comentario que no viene al caso. Muchas gracias por pasarte por una de mis páginas.
    Felicidades a tí también por la participación, y ya te digo que me quedo por aquí y pronto veré de poder comenzar a leer tu historia.

    Besos!

    ResponderEliminar