Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




martes, 10 de mayo de 2011

(XXXVII) Camino al infierno (II)

Camino al infierno (II)

Volvió a relajar la sonrisa hasta quedarse completamente serio, atento a lo que pudiera venir. Barrió de nuevo el pasillo. Parecía no haber nada. Nada que se mantuviese en pie, al menos. Las manchas y restos de sangre con tono oxidado volvían a ser las protagonistas del escenario. Varias de esas cosas yacían sentadas contra la pared dejando caer su mandíbula mientras lanzaban una muerta mirada al techo. La escena era la que me imaginaba: los soldados descargaron los proyectiles desesperadamente contra los no muertos, haciéndoles retroceder dibujando una escalofriante línea de sangre en la pared. Típicamente hollywoodiense… hay que joderse.
Los casquillos abundaban como agua en una catarata. Soldados abatidos y totalmente despellejados, mesas y todo tipo de muebles tirados en cualquier lugar. También colocados a modo de trinchera… Pero lo que más me conmovió fue aquel pobre hombre. Con una fotografía aún sujeta en la mano derecha y una pistola reglamentaria a escasos centímetros de él, yacía un joven soldado casi tumbado, con la espalda inclinada por el propio peso, las manos de cualquier forma sobre el suelo y un agujero de bala cruzando la cabeza de sien a sien. El pobre muchacho hizo el acto más valiente e impotente a la vez que podía hacer. Me puse en cuclillas para ver la foto. Tenía curiosidad. Como pensaba, en la ensangrentada y sucia toma posaban tres personas: la que parecía ser la mujer del muchacho, su hija… no llegaría a tres años… y él.
Cerré los ojos con fuerza y le dejé la foto en la mano. Carl me advirtió que no teníamos tiempo. Me levanté y continuamos hacia los generadores.
La habitación que buscábamos no era gran cosa. Un estrecho cubículo con un pequeño generador de gasolina que pudiera abastecer durante unas horas al laboratorio con el consumo mínimo.
¿Camino fácil? Bueno… no exactamente. Pero tampoco imposible. Tal vez la gran abertura y fuerte luz que entraba por donde pasamos llamó la atención de lo que había dentro. O simplemente los que estaban fuera no vieron motivo para volver a entrar.
En cualquier caso, caminamos lentamente sólo iluminados por una pequeña linterna montada malamente sobre el fusil. No podíamos hacer ruido, no podíamos casi hablar, no podíamos disparar ante cualquier movimiento raro… Sólo un fallo y atraeríamos a todos hacia dentro. Era una auténtica prueba de habilidad y… qué coño, era un suicidio.
-Dame ese cuchillo – susurró Carl sin apartar la vista.
Nuevecito, sin restos de combate. Se lo di y, sin aviso, me dio su fusil y me arrebató mi arma.
-Iré mejor con esto.
Y la verdad es que ese acto de valentía nos salvó la vida. Casi delante de una puerta metálica que sujetaba un letrero amarillo que ponía “peligro, riesgo eléctrico”, apareció una de esas cosas abalanzándose sin piedad contra Carl, negándole siquiera a pestañear. Esa imagen… esa boca sedienta, enfocada por la linterna, pidiendo sangre… Los dos llegaron a caer al suelo. Uno luchando por devorar y otro por vivir.
Cogiendo aire por donde no había, alumbraba la escena sin que el cuerpo me respondiera para hacer nada. Respiraba a bocanadas y sudaba como nunca. El corazón iba a salir del pecho… y no era capaz de hacer nada.
Me llevé la AK a la altura de mi ojo derecho para abrir fuego. No sabía. Pero no era el momento de dudar. Si no hacía nada sería peor.
Carl lanzó un susurro a modo de grito. Era increíble el valor de mi compañero. Siempre le admiraré por eso. No sé si sabía que iba a morir o no, pero no se dejó llevar por el pánico y aún seguía hablando flojo para no armar escándalo, a pesar de la situación. Realmente fue una lucha silenciosa si obviamos los jadeos de esa cosa. ¡Maldita sea!” llegué a pensar. Mi amigo aguantando y yo aquí acojonado…

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