Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




jueves, 19 de mayo de 2011

(XLII) Viejos conocidos y nuevas noticias

Viejos conocidos y nuevas noticias

Llevo ya tres días sin escribir. Confío en que salgamos de aquí pronto porque los recursos empiezan a escasear y no creo que sea una buena idea quedarse mucho más tiempo. Pero de momento esto no viene al tema. Juro que en cuanto pueda pasaré estos apuntes a limpio. Y debo hacerlo pronto… Dios… cuánto tiempo sin ver un simple folio totalmente blanco, sin manchas, sin suciedad, sin restos de dejadez en el tiempo… Echo de menos todo… y a todos.
Como me quedé diciendo, a pesar de la situación, creo que nuestras mentes estaban tan saturadas que explotaron por compresión, y salió nuestro lado más afable y burlón. En una circunstancia en la que estás harto de sentirte muerto, rodeado y excesivamente inmerso en lagunas de adrenalina, es necesario compensar por otro lugar. De manera que pasamos gran parte de nuestro viaje hacia el norte contando historias de cuando éramos pequeños, comparando con los años 60 de Joe, ¡que no sabía que era hippie! Pintas tiene, pero ¡joder! ¡Un hippie con un lanzacohetes! Y no precisamente de flores… Las cosas han cambiado, y mucho me temo que nada volverá a ser igual.
Decidimos aligerar el paso antes de que anocheciera, aunque 20 millas no son fáciles de recorrer. Nos llevaría horas y seguramente precisaríamos parte de la noche, por lo que no era muy sensato. De modo que, antes de que el sol se ocultara, acordamos refugiarnos en algún lugar y, en el peor de los casos, intentar subir a un árbol para descansar. Lo que me hizo pensar… “Necesitamos provisiones, y no sólo alimenticias”. Cuando llevábamos unos minutos caminando, resulta que nos acordamos de lo que es vital para la supervivencia.
-No os preocupéis, tengo algo que nos puede servir… - se detuvo cogiendo uno de los tirantes de la mochila que llevaba – Veamos – metió la mano – tengo vendas, agua oxigenada, una cuerda de un par de metros – enumeraba dejándolas sobre la nieve – unas cuantas latas de comida que se calienta sola… se la robé a unos soldados – alzó la mirada con una sonrisa – una pistola con un cargador extra… ah, y un gps militar, pero está bloqueado.
-Nos acabas de salvar la vida, Joe – le dije.
-Ya van dos en un día, viejo, te estás haciendo todo un hombre… - continuó caminando Carl.
-Que te den por culo, capullo – carcajeó nuestro piloto.
Nuestro querido cincuentón pasó de ser un trabajador contratado a nuestro compañero de viaje. Y la verdad… ahora es cuando más se agradece sentir la compañía de una persona. Si me hubiera topado yo solo con todo esto es muy probable que ya perteneciera al grupo de los no muertos. No muertos… tiene ironía. Si dices “no muertos” es que están vivos, pero tampoco lo están… en fin, ocurrencias típicas de una situación así.
No me entretendré relatando lo que nos ocurrió durante el viaje porque no fue demasiado relevante. Cierto es que nos encontramos con varias de esas criaturas, pero en lugar de abrir fuego, aprovechamos nuestra ventaja en la velocidad para perderlos de vista y así evitar hacer ruido innecesario que atrajera a más de ellos. Durante la noche, escalamos como buenamente pudimos a un árbol y pasamos la noche en vela, por supuesto. Llevaba varios días sin dormir absolutamente nada y mi cuerpo lo notaba. Lo noté cuando se me echó esa criatura encima de mí y apenas pude contenerle. El descanso es imprescindible para la supervivencia y los buenos reflejos, pero me era imposible. Aun no podía creer lo que veía y, peor todavía, no me quería imaginar qué es lo que estaría ocurriendo en el resto del mundo.
Antes de que saliera el Sol la mañana siguiente, ya estábamos emprendiendo de nuevo nuestro viaje. El tiempo era, y sigue siendo, oro. Estaba ya hasta los cojones del puto dolor de huesos que me perseguía. Ya no sólo era la falta de descanso, sino la mala noche que pasamos los tres todo apretados entre los ramajes del ciprés.
Era increíble hasta dónde habían llegado. A pesar de la velocidad que llevaban, los no muertos habían pisado de sobra la zona por donde íbamos nosotros. Se notaba sin necesidad de ver a ninguno: el rastro que dejaban en la nieve al arrastrarse era inconfundible. Sobrecogedor.
Después de horas de caminata yendo hacia el norte, antes de mediodía; sin caminos ni indicaciones, sólo guiándonos por el Sol, pudimos avistar un grupo de cabañas pequeñas. Los copos de nieve que empezaban a caer nos recordaron que estábamos en la zona fría del planeta, por lo que debíamos aligerar el paso y entrar en calor lo antes posible.
Pero… ¿la suerte? Bueno, no sé si existe la suerte o no, pero desde luego a nosotros no nos daba buenas expectativas. Los no muertos habían estado allí… y al parecer no sólo un par de ellos…

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