Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




miércoles, 25 de mayo de 2011

(XLIV) Viejos conocidos y nuevas noticias (III)

Viejos conocidos y nuevas noticias (III)

Nos miramos y con un gesto, nos situamos frente a la puerta. Dimos una serie de golpes aislados.
-James, ¿eres tú? – se oía tras ella.
-¡Profesor! – alcé levemente la voz - ¡somos nosotros!
Se oyeron varios chasquidos por dentro y choques entre maderos manejados con notable nerviosismo y rapidez. La nieve que descansaba sobre los marcos cayó al abrirse poco a poco, dejando una pequeña neblina. Detrás estaba erguido, sonriente, emocionado y con su peculiar bata, mi profesor de física. Nos quedamos paralizados durante unos instantes. Mirándonos, sin saber qué decir. Sólo… sólo esperando a que dijéramos algo. Yo tampoco pude contener las lágrimas y me lancé a él como si de mi propio padre se tratara. Tenía toda la carne de gallina, de tal forma que sentía que iba a despegarse de mí. La emoción me invadía. Recordé en ese momento a mi familia y me hizo abrazarle con aun más fuerza. Las lágrimas, como puños, dejaban marca de su paso sobre mis mejillas mientras Carl contemplaba la escena desde fuera.
Detrás del profesor estaba Paula. Tan preciosa como siempre. Sonriendo, casi llorando sin apenas poder contener la emoción. Se mordió levemente el labio inferior y echó a correr. Leonard me soltó dándome un par de golpes en los hombros mientras aprovechaba para estrecharle la mano a Carl y Joe.
Paula me golpeó fuertemente sobre el pecho mientras se sumía en un mar de lágrimas. No paraba de preguntar por qué había tardado tanto. Mas aún así no cesaba. Tras un instante acabó abrazada, con su cabeza sobre mi hombro, sin decir nada. Silenciosa y calmada.
Fastword cerró la puerta de nuevo. Echó uno de los cerrojos que había y volvió a colocar el improvisado listón de madera como refuerzo.
-Cielo santo, Carl, ¿qué te ha pasado? – le cogió el brazo.
-Nada, señor Fastword, un pequeño contratiempo.
-No tiene buena pinta, ven, echémosle un vistazo.
Estábamos en un lugar acogedor. No hacía frío, el fuego era un gran aliado en aquel momento. A pesar de que se trataba de una simple habitación de cuatro paredes con un par de literas, nos era más que suficiente para darnos un respiro. Y hasta ese momento no caí en que tanto el profesor como Paula estaban horribles: sus ropas desgastadas y ensangrentadas; totalmente sucios y con varios rasguños sobre la piel. En cierto modo… como nosotros.
-¿Y estos arañazos? – le cogí de los brazos con fuerza.
-No te preocupes, son de roces con árboles y caídas. No es de ninguna de esas cosas – sonrió.
-Y tú… - me miró más tranquila - ¿qué tal?
-Vivo, al menos – suspiré – Han sido unos días horribles. No había visto nada igual…
-Esas cosas son un peligro, pero no más que una simple persona – interrumpió mi profesor por el fondo.
-¿Qué quiere decir?
-Para mi eterno arrepentimiento acabé con la vida de varios compañeros cuando estaban contagiados… y mueren como nosotros.
-Usted siga bebiendo whisky y acabará diciendo que los pingüinos vuelan – le cortó Carl.
-¿Cómo? – preguntó.
-Con todos mis respetos – se incorporó con un leve quejido – si me cuenta esto no sabe ni la mitad de lo que ocurre ahí fuera.
-Hijo, sé que esas criaturas poseen una enfermedad que les convierte en depredadores insaciables.
-Espero que le den un Nobel por su reflexión – caminaba – pero creo que podemos añadir algo más. Esas bestias sólo mueren si se les daña la cabeza…
-Durante nuestra huída arremetí con unos disparos en el pecho… No hace más de un día tuve que dar muerte al guardabosques…
-Permítame interrumpirle, profesor – me dirigí hacia él – pero hace unos minutos su guardabosques intentó devorarme. Si no hubiera sido por el frío de este bendito lugar estaría ahora llamando a la puerta, y no precisamente para desearle buenos días.
-Vaya… eso respondería muchas preguntas… Dios mío… ¿sabéis algo de los alrededores? Del mundo, me refiero.
-Lo lamento, pero no. Leí su nota…
Y empezamos a relatar todo lo que ocurrió desde el día en que abandonamos el laboratorio con la avioneta de Joe hasta que aparecimos frente a la puerta de la cabaña. Paula sacó algo de comida enlatada que había en una estantería y allí pasamos los cinco una relativamente relajada velada; sin huir, sin correr… sin temer por nuestra vida.
Lo que los tres ansiábamos por conocer era su versión de la historia. Lo que ocurrió en un principio en el laboratorio…

1 comentario: