Nueva York. 27 de Noviembre por la mañana.
Casa de James L. Jackson.
Amy, como todas las mañanas, se despertó temprano para preparar el almuerzo y contemplar el amanecer. Tostadas, un poco de leche, mermelada y mantequilla, zumo… todos los manjares de un rey servidos en una humilde casa de Nueva York.
La costumbre era llamar a voces a los hombres de la casa, que, al ser domingo, estarían los dos durmiendo.
-¿James? Hijo, ¿vas a bajar a desayunar? – hablaba la madre al vacío. – Vamos George, despierta y dile a Jimmy que baje.
Desde la cocina se podía apreciar el sonido que hacía el agua al caer por la tubería del baño de arriba y, seguidamente, el perezoso golpeteo de la suela de unas zapatillas sobre cada escalón. Amy, inmediatamente se giró y dijo:
-Vamos, hijo, qué ha…
Era George el que había bajado, pero no James.
-Pero bueno, ¡qué dormilón es este chico! – exclamó – Iré a despertarle yo misma.
-No… no hace falta Amy – dijo su marido.
-¿Que no hace falta? ¿Está enfermo? – preguntó con preocupación.
-No, no está enfermo. Déjame terminar, Amy. El chico se fue a dar una conferencia a una Universidad al otro lado del país para conseguir una beca.
-¿¡Qué!? – exclamó asustadiza – pero si no me ha dicho ni adiós…
-Su profesor vino a recogerle esta mañana temprano y dijo que no estaría mucho tiempo fuera. Que no te preocupases. Fue una salida rápida.
-No… mi Jimmy nunca jamás se ha ido sin despedirse. ¿Y dónde han ido? – preguntó sentándose en una silla mirando el suelo.
-Pues creo que me dijo que… - decía mientras pensaba – fue a la de California, en Los Ángeles.
-Le llamaré al móvil – sugirió mientras se levantaba.
-No, no – interrumpió algo nervioso – En estos momentos debe de estar cansado y no sé si habrá llegado aún. No te preocupes, estará bien.
Amy guardaba algo dentro que no quería decir. Una parte de ella le decía que su hijo estaba dando una conferencia en el otro lado del país. La otra le decía que eso no era del todo cierto.
En cualquier caso, ambos continuaron haciendo su vida normal. George consiguió calmar y convencer un poco a su esposa y sacarla a pasear al parque. La pareja era de la misma edad, 61 años.
Hacía una mañana estupenda. Sin una sola nube en el cielo, un sol radiante, a pesar de ser Invierno. La gente del lugar aprovechó la temperatura de la mañana para salir también a pasear, de manera que a Amy le resultó más fácil olvidarse algo del tema. Además de que, más tarde, se encontraron con unos amigos y fueron a una terraza del parque para tomar algo caliente.
De vuelta a casa, George insistió a su mujer en que comieran un puré de verduras. Aunque a ella no le hacía mucha gracia, aceptó. Tras haber estado limpiando la casa, la entristecida madre pasó a la habitación de James, la cual estaba como siempre: cama deshecha, ropa esparcida por el escritorio, calcetines bajo la cama…
“Este chico no va a cambiar nunca, esté en donde quiera que esté”, se decía a ella misma. Cuando ordenó las cosas, bajó algo más arreglada con la bolsa de la compra y cogió el monedero.
-George, voy a comprar patatas, que no quedan.
-De acuerdo, querida – respondió mientras veía la tele.
El establecimiento más cercano era el de Stuart, el de los comestibles. Un tipo simpaticón, de buen comer y con una cuidada calva en la parte trasera de su enorme cabeza. Por mitad del camino, Amy se encontró con Carl, que estaba hablando por el móvil moviéndose de un sitio a otro y, a la vez, inclinando el cuerpo, como si estuviera en una discoteca. Cuando se acercó, terminó de hablar y colgó.
-¡Señora Jackson! ¿qué tal? – exclamó con alegría el chico.
-Hola, hola, Carl. Un poco afligida desde que se fue James, pero bien…
-Nada, no se preocupe. Actualmente estos científicos no tienen ningún problema para nada.
-Sí, la verdad es que sabe cuidar de sí mismo – afirmó sonriendo.
-¡Claro que sí, señora Jackson! Yo mismo insistí en ir con él, pero no me dejó. De modo que no me voy a quedar de brazos cruzados – hablaba entusiasmado mientras le ponía una mano en el hombro – así que he convencido a un viejo loco científico para que me lleve en avioneta hasta Nome. Menuda cara pondrá, ¿eh, señora Jackson?
-… ¿Nome? – preguntó extrañada.
-Sí, ya sabe, con su profesor de la Univer… mierda – se encogió rápidamente. – Dios… cagada… – dijo lanzando una sonrisa nerviosa.
Amy dejó caer la bolsa de la compra haciendo rodar por la acera parte de las verduras que había comprado. En seguida comenzaron a humedecérsele los ojos.
-No, no, señora Jackson – se apresuró cogiéndola de las manos – Le prometo que Jimmy está bien. Le doy mi palabra.
-Mi… mi George me dijo que estaba en Los Ángeles… - afirmaba llorando.
-George sólo intentaba evitar que se preocupase. Créame, Amy, James está bien. Es más, voy a ir yo y se lo voy a asegurar en cuanto vuelva.
-No, Carl, no puedes ir allí – negaba mientras secaba sus lágrimas con un pañuelo – Mi Jimmy iría preparado, pero si vas solo será peligroso.
-Bah, no se preocupe. El hombre con el que voy me ha prometido un trajeado de esos especiales y oxígeno suficiente para horas. Dijo que los cogería prestados del laboratorio donde donde trabajaba. Qué jodido el tío…
-Carl – interrumpió – acompáñame a casa, por favor.
-Sí claro, señora Jackson. No faltaba más.
El muchacho acompañó a la querida madre de su mejor amigo a su casa con total delicadeza. Al llegar, George acudió y ayudó a su mujer a sentarse. Entre ambos intentaron hablar con ella y convencerla de que si no le dijo nada era para que no se preocupase, pero pensaría llamar lo antes posible. Después de poco más de tres cuartos de hora de conversación, explicaciones, etc., lograron hacer que la madre se tranquilizase un poco.
-Querida – dijo su marido – Te prometo que Jimmy está bien. Sé que era una ida difícil y peligrosa, pero te aseguro que si hubiera ido solo, no habría ido. Pero fue con el mejor equipo de expertos el país. Anímate, mujer. Seguro que esto es incluso bueno para su futuro y para él.
-Necesito entretenerme con algo – dijo con voz suave.
-Claro que sí, señora Jackson – acompañó Carl.
-Y Carl – le respondió ella – no vayas allí bajo ningún concepto.
-Hablaré con el piloto – dijo para evadirse y despreocuparla a la vez.
Los señores Jackson entonces se quedaron solos en casa, con Amy algo menos alterada. Carl, por su parte, se fue despidiéndose de ambos y con la idea en mente de no abandonar lo que ya tenía planeado.
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