Bienvenid@ a Apoptosis

Apoptosis nació hace unos años como un libro inspirado en el género 'Z'. Así, desde hace poco tiepmo, decidí ir posteando poco a poco el libro con la simple y única idea de entretener a cualquiera que pase por aquí e intentar dar una buena impresión. Comentarios, opiniones e incluso cambios de ciertas partes del argumento son cosillas que gustosamente acogería para la mejora del sitio.
¡Espero que os guste!




sábado, 26 de marzo de 2011

(XXIII) Diciembre. Ya han llegado.

Diciembre. Ya han llegado.

-Está bien, gracioso, ¿ahora cómo te bajo? – crucé los brazos.
-Voy a intentar cortar las cintas con la navaja, quítate de en medio – hablaba mientras rebuscaba en sus pantalones.
Del bolsillo que tenía en su pantalón verde oscuro, a la altura de la rodilla, sacó una navaja de apertura manual. Empezó a frotar lentamente la hoja contra una de las cintas que hacían penderle del paracaídas. “Bien, una menos”, decía. “Vamos, preciosa”, cortaba mientras tanto.

-Atento, Jimmy, estoy colgando de una. Intentaré caer lo mejor que pueda.
Miró fijamente el corte y los pequeños filamentos que iban apareciendo por los bordes rajados. El mismo peso que tenía hizo que de pronto se desprendiera la correa y cayera al vacío, sin estar preparado. Fue una situación complicada y jodidamente inoportuna. Con tan mala suerte, Carl cayó de costado cometiendo el error de soltar la navaja como acto reflejo por caer inesperadamente del paracaídas. A pesar de que afortunadamente no se rompió nada, mi compañero acabó por clavarse parte de la cuchilla en el antebrazo izquierdo. Pero eso no fue lo peor. Debido al impacto, apoyó el brazo mal, por lo que la navaja hizo efecto palanca dentro del músculo y se terminó cortando varios filamentos… Joder, como si no llevásemos preocupaciones a cuestas, ahora debíamos preocuparnos de buscar un médico. Los alaridos descontrolados de mi amigo se podían oír por todo el bosque. Pero no eran de dolor. No, Carl no es de llorar. Como ya dije, es un tipo muy peculiar y podía soportar todo lo que se le echase en cara. Las blasfemias e insultos hacia los fabricantes de la herramienta cortante era lo que salía de sus labios, pero en gritos, como es lógico. Con todo, cogió la navaja y la lanzó hacia ningún sitio con rabia.
La sangre no paraba de salir por el profundo y pronunciado corte. Debió dar con alguna vena importante o arteria, que eso sí sería preocupante.
Lo único que pude hacer fue arrancarme parte de la tela de mi camiseta y aplicarle un torniquete. Cualquier cosa que pudiera evitar que muriera desangrado.
-Me he cortado – reía lagrimeando.
-Tranquilo, colega. Joe dijo que por aquí había un pueblo. Buscaremos ayuda.
Me puse en cuclillas y, situándome a su altura, rodeé mi cuello con su brazo derecho y le ayudé a levantarse. Insistió en que podía caminar solo. No obstante, iría pendiente ante cualquier vacilación o síntoma de desmayo.
Según Carl, cuando saltamos del avión había un pueblo a dos kilómetros de nuestra posición, aproximadamente.
A pesar de que iba malherido, tuvimos que darnos prisa, pues había perdido bastante sangre y le hemorragia podía ir a peor. Tardamos alrededor de media hora en llegar. Era un pueblo más o menos grande, de unos cinco mil habitantes. Acogedor, aparentemente. Al menos había gente, que era lo que estábamos buscando. Acababa de vivir la peor y más angustiosa experiencia de mi vida. Pero mi amigo estaba herido. Casi se me olvidó por completo lo que vimos hace unas horas. Pero no duraría mucho. Rápidamente fuimos hacia una anciana que cargaba con una bolsa en cada mano. En una había verduras y en la otra fruta.
-¡Señora, por favor! ¿Dónde está el centro de salud?
La mujer no pudo evitar reflejar ante nosotros una expresión de asombro, abriendo los párpados de una forma acentuada.
-¡Dios mío, hijo! ¿Qué te ha pasado?
-Tuvo una mala caída. Por favor…
-Sí, claro, hijo. El médico está a varias calles desde aquí, pero queda lejos.
-No importa, señora, llegaremos, ¡gracias! – nos despedía en nombre de los dos mientras empezamos a trotar.
El edificio fue fácil de encontrar. Había un letrero grande y claro que ponía “Centro de Salud”. Entramos por la puerta de Urgencias y nos atendió una enfermera. Con tranquilidad, y haciendo pasar a Carl a otra habitación, me pidió que me quedase en la sala de espera.
El tiempo se me hacía eterno. La manecilla del segundero del reloj que había colgado en la pared parecía que iba a ir hacia atrás. El tubo fluorescente que no dejaba de parpadear por culpa del cebador estropeado me estaba poniendo nervioso. Cruzaba las piernas. Sacaba el móvil. Jugaba al buscaminas. Lo cerraba…
Al cabo de algo más de una hora, la enfermera que acompañó a mi amigo salió y me dijo que habían terminado. Me ofreció verle. Entré con ella y allí estaba, sentado sobre una camilla, con el antebrazo vendado. Con la ropa ensangrentada, al igual que la mía, y su blanca y deslumbrante sonrisa iluminando la habitación.
-¿Qué, Carl, nos vamos? – le puse la mano en su hombro.
-Claro, sabes que esto no iba a poder conmigo.
Por la parte de atrás, se abrió una puerta y la cruzó un hombre con bata y un estetoscopio colgándole del cuello. Alto, joven y con canas. Una nariz pronunciada y una voz grave. Llevaba las manos en los bolsillos y mostraba una sonrisa en todo momento.
-Bueno, Carl, ¿te encuentras bien?
-Sí, doc, estupendamente.
El licenciado sonrió sinceramente y se acercó a nosotros.
-Me temo que debes permanecer aquí esta noche. A pesar de que has tenido suerte y ha sido un corte limpio, al contrario de lo que feamente aparentaba, sería conveniente ver cómo evoluciona.
-Verá, no somos de aquí… – interrumpí vagamente.
-Lo sé, chico. No te preocupes, puedes pasar la noche con él, si ese es el problema. Hay una habitación de urgencias para este tipo de situaciones. Mañana le daré el alta – le miraba.
La simpática enfermera ayudó a levantar a mi amigo y nos acompañó a la habitación en la cual pasaríamos la noche. Un par de camas, una cortina en medio, una televisión LED en la pared frente a ellas y una pequeña ventana la decoraban.
-Por cierto, chicos – preguntó la enfermera - ¿cómo os habéis manchado la ropa tanto con sangre?
Carl y yo nos miramos un momento. No sabíamos que decir, al menos yo.
-La caída me manchó a mí, y Jimmy se manchó mientras me ayudaba – añadió relativamente rápido.
-Ah, claro, qué tonta – rió mientras mullía las almohadas – Bueno, os dejo tranquilos. Cualquier cosa, tocad el timbre.
-Gracias, guapa – sonrió pícaramente.
Cuando la chica cerró la puerta, me senté a su lado. Saqué de nuevo la nota que tenía Balance en su bata y me quedé un rato embobado mirándola. Estuvimos toda la tarde y parte de la noche hablando sobre qué íbamos a hacer y a dónde íbamos a ir. Qué eran esas cosas, por qué estaban ahí. Dónde estaba el resto…
La noche se echó encima del pueblo enseguida. Yo me acosté en la cama contigua sin deshacerla demasiado y, bocarriba, intenté conciliar el sueño. Asombrosamente para mí, cerré los ojos sin apenas darme cuenta.
Las cuatro de la mañana. Sentía constantes empujones moviendo mi cuerpo. Abrí vagamente los párpados. De menos a más intensidad, la preocupante voz de mi amigo iba tomando claridad ante mis tímpanos.
-¡Jimmy, Jimmy, despierta! – insistía vapuleando mi cuerpo con su brazo derecho.
-Carl… ¿qué pasa…?
-¡Joder, levántate, coño! – me gritó en el oído.
Del susto, me incorporé como si del despertar de una pesadilla se tratase y, aunque un poco desconcertado, dirigí la atención a mi compañero. Pero lo que su dedo señaló en la televisión hizo que la adrenalina me despertase totalmente.
-No podía dormir por el jodido dolor de esto, así que puse la tele… - me explicó nervioso – y me encontré con esto...

2 comentarios:

  1. sigue dandole Jesús!. Perdona que no pase mucho por aqui pero esque estoy un poquillo absorto con lo de mi relato. Me gusta mucho tu historia y efectivamente tiene un toque george romero que le da mucha vidilla. Una de las cosas que más me gusta es que lo haces muy cinematográfico. Logro formar muy bien la imagen en mi cabeza de lo que estoy leyendo, me gusta. Un saludo, nos leemos

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  2. Muchas gracias, Sergio! Eh, de aquí a nada, llevamos nuestros libros al cine, eh? jejeje
    Nada, no te preocupes, es que esto de escribir quita mucho tiempo, además de que vicia!
    De verdad, me alegra que te guste!
    Saludos!

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