Diciembre. Ya están aquí (III)
Al fondo a la izquierda, justo al lado de la entrada había un habitáculo en el cual descansaban un triste lavabo, un WC para minusválidos y una bañera con soportes de pared para ayudarse. Entré, levanté la llave del grifo vertical y dejé que el agua, fría, muy fría, corriese por las palmas de mis manos y se deslizara por cada dedo. Hice presión con ellos, los junté y simulé la forma de un cuenco para poder llevármela a la cara. Lo repetí un par de veces más y me sequé con la toalla. Blanca, con una banda verde en el borde. Típicamente de los hospitales.
En seguida, y sin haber podido terminar de secarme la zona de la frente, oí un grito agudo. De una chica. La enfermera. No sé si el ‘Jefe de arriba’ estaba con nosotros o no, pero descansar está claro que no nos dejaba. Apresuradamente, cogí el mango de la puerta y empujé. Mierda, se abría tirando de ella. Los nervios no me dejaban pensar y actuar con razón. Cuando pude salir vi ensangrentado el suelo y parte de la pared que había frente a mí. Avancé para entrar de lleno en la habitación de las camas y me detuve en seco. La dosis de adrenalina que me inyectó el cuerpo hizo que el corazón lanzara un latido fortísimo, que llegué a notar como si la aorta hubiera reventado. En el suelo yacía agonizante la enfermera con toda su indumentaria llena de sangre. Sus piernas se agitaban como látigos mientras sus manos se posaban sobre una feísima herida en el cuello. Pequeños ríos de sangre corrían sin cesar junto con desagradables detalles que en este momento prefiero no recordar…
Y en la cama ahí estaba… lo veía de nuevo. Joder. Qué angustia sentí. No podía casi respirar. Lo tenía apenas a tres metros de mí. Allí, incorporado en su cama. Como si se hubiera despertado de una pesadilla. Respirando mientras emitía unos jadeos, como si estuviera cansado, aunque realmente no fuera así. Los dientes los tenía juntos, haciendo fuerza la mandíbula inferior contra la superior esbozando una asquerosa y amenazante mirada ensangrentada por el ataque a aquella muchacha. Aun corrían pequeños canales de sangre por su cuello. Con los brazos colgando, como si no los pudiera mover, así se mostraba: depredador de aquel centro médico, ahora convertido en matadero. Continuaba sin moverme. Las piernas me temblaban de tal forma que me costaba tenerme en pie. Me apoyé en la pared para compensarlo dando un par de pasos hacia atrás. No podía gritar. Quería y no podía. Carl seguía durmiendo. Joder, ni con los gritos se había despertado. ¡Dios mío! Íbamos a morir.
La puerta de entrada a la habitación se abrió y apareció el doctor que cosió el brazo a Carl. Me vio a mí contra la pared junto a los restos de sangre que decoraban parte de las cuatro paredes. Asustado, entró imprudente y se situó a los pies de la cama que soportaba el cuerpo del monstruo. Al grito de “¡Coño!”, dio un salto hacia atrás aplastándome casi por completo.
Había algo que no entendía… Quiero decir… cuando estábamos Carl y yo en el laboratorio y disparamos contra aquella cosa, ¿estaba muerta? O sea, ¿una vez muerta fue un monstruo o se convirtió en monstruo mientras vivía? Lo que sí tenía claro es que este muchacho vino en su momento muy herido y ahora es una de esas cosas. Joder… no entendía nada.
Al ver tanta movilización en la habitación, esa cosa golpeó fuertemente las sábanas, como pez intentando salir de una red, y, torpemente, se intentó incorporar y ponerse en pie con todo rodeándole. Por suerte, él mismo se envolvió con los embozos y cayó al suelo dando un fuerte tumbo contra la cama de Carl y quedando finalmente en el suelo, junto a la enfermera. Siguió intentando liberarse sin suerte, de momento.
Después de observar el espectáculo, saqué fuerzas de donde no tenía y, por el otro lado de la cama, me abalancé sobre Carl y le lancé la jarra de agua en su cara. Vagamente, abrió los ojos y, parpadeando lenta y repetidamente, bostezó.
-¿Qué? ¿Nos vamos? – bostezó.
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